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Patria potestad – Por Luis Alemany

Los padres españoles han convocado una huelga discente de sus hijos, en un proceso de muy difícil valoración, porque incide en los atributos de la patria potestad, desde el momento en que -piensa uno- pudiera conculcar, de alguna manera, los derechos que poseen los niños a partir de la Ley del Menor, como la han conculcado reiteradamente los monaguillos de Rajoy, llevando menores de edad a las manifestaciones en contra del aborto, mostrando carteles (que no hubieran sabido -por su analfabetismo infantil- ni escribir ni leer), agradeciéndoles a sus padres que les hubieran dado la vida -y la muerte, añadiría uno-, en una indiscutible, punible y lamentable manipulación de seres humanos todavía irresponsables: de similar manera, tal decisión escolar pudiera considerarse una manipulación infantil (por bien intencionada que resulte), incidiendo en los ambiguos territorios de los límites que establecen los derechos de la patria potestad.

Desde esta contradictoria perspectiva, no puede uno por menos de reflexionar en la infracción que los entonces jóvenes estudiantes de la dictadura cometíamos en nuestras huelgas, algaradas y protestas universitarias, desde el momento en que todos éramos entonces menores de edad (no se accedía a la mayoría hasta los veintiuno: las mujeres a los veintitrés), y hubiéramos precisado de autorización paterna para hacerlo, de muy improbable obtención, al menos en mi caso; de la misma manera que los hábitos sociales de entonces resultaban sumamente permisivos, de tal manera que (lo he comentado en diversas ocasiones) el primer whisky que yo bebí -¡me supo a rayos!- fue en el domicilio de Domingo Pérez Minik, y mucho antes de acceder a tal mayoría (entonces no reglamentada legalmente) acudía a las barras americanas y a los cabarés con Antonio Vizcaya y Emilio Sánchez Ortiz.

Tal vez resulten un tanto complejas estas cuestiones de la patria potestad, y la autoridad paterna -como se pretende en este caso- para mermar la libertad de acción infantil; de tal manera que nadie se rasgue las vestiduras por la posible lectura conservadora de estas líneas, porque no es ésa su intención, sino invitar a una modesta reflexión acerca de dónde comienza la libertad de cada cual, y de que la libertad infantil no debería crecer mermada, por encomiables -como en este caso- que sean los motivos que lo hagan.