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El barco> Por Juan Carlos García

Hace unos días regresé de mi enésimo viaje a El Hierro tras recibir la dosis periódica de vida que tan solo esa isla puede ofrecer. Me lo tomé como unas bodas de plata después de pisar por primera vez su joven suelo hace 25 años. Entonces, con un aeropuerto familiar, con una longitud de pista más reducida que la actual, con un puerto básico, sin túneles, con una sola carretera que conectaba La Villa con El Golfo -la de la cumbre y con un zigzagueante tramo entre Valverde y San Andrés-, y a la espera de una Bajada -la del 89- que todavía fue como las de antes; con todo ello y con toda su gente, su esencia se brindó seductora.

Cinco lustros después, con todas aquellas infraestructuras mejoradas, el pueblo herreño ha cuajado metas tan ambiciosas como quiméricas en otro tiempo. Declarada Reserva de la Biosfera, paraíso de senderistas, submarinistas y parapentistas -tierra, mar y aire- donde se dan cita diferentes acontecimientos deportivos de ámbito internacional, con un sector primario ecológico pujante, El Hierro aspira a convertirse en el primer geoparque de Canarias. Hace unos días, se daban por concluidas las obras de la central hidroeólica que permitirá el autoabastecimiento energético de la Isla, un proyecto pionero en el mundo y que ha acaparado el interés de medios extranjeros. En esos mismos días volvió a saltar la alarma. La Isla podría quedarse sin transporte marítimo a partir de este mes de noviembre. Línea deficitaria. Ya se sabe. Y deudas del Gobierno canario con las navieras. Se aduce su servicio público para su salvación.

Resulta paradójico que a pocos meses de entrar en funcionamiento el autoabastecimiento energético de la isla, con los ojos de medio mundo, otra vez, puestos en ella, pueda permitirse que el pueblo herreño pueda llegar a sufrir, por momentos, de desabastecimiento alimentario por la cerrazón y la falta de voluntad de las diferentes partes implicadas. El presidente herreño, tras soltar el órdago, desborda tranquilidad: “Sin barco no nos quedaremos”.