Por qué no me callo >

El desahucidio – Por Carmelo Rivero

Estas son las horas más aciagas de cinco años de crisis. De actuarse a destiempo, podría despertarse el monstruo (a vueltas con el estallido social, ya sé): más de cinco millones de parados parecen invocarlo por las esquinas en un país extremado, donde la calma se incendia de la noche a la mañana. Así fue históricamente: la paz la mató un muerto. Para espoleta de semejante bomba ya tenemos más de uno. Y esta es la hora en que todo un país se la juega. O los dos grandes partidos aparcan la política y prohíben a la banca (desde hoy mismo) nuevos desalojos por impago, o el reloj seguirá su fatal cuenta atrás. La última (me resisto a llamarla penúltima) inmolación a las puertas de un desahucio, la de la exconcejal socialista de Eibar en los años 80 Amaya Egaña, de 53 años (ojo a la edad), en Baracaldo (Vizcaya), que se tiró por la ventana, encaramada a una silla, desde un cuarto piso, aumenta ese martirologio implacable de desahucidios.

El vecino de Granada que se quitó la vida y el que lo intentó sin éxito en Burjassot, Valencia, ambos coetáneos con idénticos 53 años, se ofuscaron ante la llegada de los agentes judiciales. Estamos preparados para perder el empleo, pero no la casa. La banca cosecha su mayor rechazo social. La calle retrata este miércoles de huelga general al país del despido y el desahucio. La foto del cadáver en la acera pone negro sobre blanco.

En Tenerife, Carmen Omaña gana el pulso a la entidad Bankia en huelga de hambre con el Ayuntamiento de su parte, que retiró las cuentas del banco, donde más duele. Un banco nacionalizado que hace caso omiso al Código de Buenas Prácticas.

Según la abogada general del Tribunal de Justicia de la UE, Juliane Kokott, la ley española vulnera la normativa comunitaria por desamparo ante las hipotecas abusivas. 350.000 desahuciados son un ejército de voces. Y tienen a los jueces de su parte.