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Para el potaje y poco más – Por David Sanz

La bucólica vuelta al campo que aparece como el rostro amable de esta endemoniada crisis es un canto de sirena. Es verdad que las huertas de nuestras medianías, otrora despreciadas, están volviéndose a plantar y ya se pueden ver más canteros labrados que hace unos años. Pero esa producción da para poco más que la despensa familiar, y no es poco. Lo que te puedes ahorrar en el potaje sembrando tus calabazas, zanahorias, calabacines o coles es mucho, además de beneficiar con los excedentes a los familiares y amigos cercanos. Pero tampoco es bueno dejarse engañar porque la realidad es que con la cosecha no vas a conseguir ni para pipas. Hubo un tiempo, no hace tanto, que los intermediarios iban a los pueblos y le sacaban literalmente de las manos los productos de la huerta a los agricultores a unos precios razonables. Hoy son ellos, los trabajadores del campo, quienes llevan a los intermediarios las papas y las verduras y no sacan ni para la gasolina del trayecto.

Es descorazonador para el agricultor esta situación y un espejismo para quien se cree que el campo puede ser la salida a este marasmo en que nos encontramos. Siento lo mismo cuando compañeros de oficio me cuentan que se marchan a países como Argentina para encontrar trabajo. ¿Argentina es la solución? Lo dudo. Tal y como está configurado el mercado, donde se importa la inmensa mayoría de las frutas y las verduras que se consumen a unos precios con los que no pueden competir los pequeños productores, y la división de la tierra en islas como La Palma, donde predomina el minifundismo, pretender vivir de la agricultura de medianías es una utopía. Ahora menos, incluso cuando la Administración no puede siquiera camuflar con dinero público la ineficacia de un sistema que está estrangulado por determinados monopolios. En cualquier caso, no hay que despreciar las posibilidades que ofrecen las medianías como economía de subsistencia, además de los beneficios ambientales, paisajísticos y en calidad alimentaria que traen. Con el tiempo, y si seguimos en esta deriva, el poder simbólico del dinero desaparecerá y volveremos al trueque, cambiando cinco kilos de papas por uno de pescado salado. Llegué a esta conclusión cuando este verano vi una imagen apocalíptica: papas negras en un chino. De verdad que me sentí como en el final de Blade Runner: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”.