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Solución imposible – Por Jorge Bethencourt

Llega un día en que se te llena el cacharro. Deprimido por la lectura de los periódicos, las huelgas, el paro, el estado de la cosa (como diría un futbolista), te sientas, apilas las facturas pendientes, las deudas y pufos y te das cuenta de que pagas porque te recojan la basura, por el alcantarillado, por tener una casa, por tener un sueldo, por la jubilación que dicen que no vas a llegar a cobrar, por tener asegurada largas colas de seguridad social, por el paro que luego no te quieren pagar, por recibir una herencia de tu padre o por dejarle algo a tus hijos… O sea, que pagas por todo. Comprobé, en una epifanía inolvidable, que decenas de tentáculos de un gigantesco monstruo me estaban sorbiendo la poca sangre que me queda. “Que les den”, me dije.

Así que, chicos, me planteé volverme apátrida. O lo que es lo mismo, renunciar a tener una nacionalidad. Porque -pensé yo, como si fuera un diputado-, si no tengo nacionalidad, nadie me cobrará impuestos. Y si ahora hay tanto debate identitario, ¿por qué no podría yo renunciar a cualquier identidad nacional? Lo primero que se me ocurrió fue consultar a un experto. Y me fui a ver a un notario. Cuando lo tuve delante le solté que quería renunciar a mi nacionalidad española. Puso cara de extrañeza pero, con esa seriedad que tienen los fedatarios públicos, me preguntó. “Bien. ¿Y qué nacionalidad va a tener usted?” Ninguna, le dije. Y ahí me mató. “No se puede carecer de nacionalidad”, me dijo. Yo puse cara de concejal -una cosa así entre sorpresa e ignorancia- y le dije que cómo podía ser eso. Y el señor notario, compasiva y pacientemente, me explicó que, si no tienes una nacionalidad y no estás identificado, no eres un individuo, no existes. No tienes papeles y por lo tanto no puedes viajar, ni conducir un vehículo, ni pagar multas, ni impuestos, ni tener una cuenta bancaria, ni tener tarjetas de crédito…

Alto ahí. ¡Pero eso es justo lo que yo quiero! Pero no. No puede ser. No puedes andar por la calle o vivir en sociedad sin tener una nacionalidad. Cualquiera, pero una. Puedes renunciar a tu nacionalidad, pero siempre que te acojas a otra. O incluso puedes tener dos nacionalidades. Pero ninguna… Eso no.

Salí de la notaría cabizbajo. Me habían contado que ser ciudadano es un derecho y un privilegio. Pero por lo visto es una obligación de la que no te puedes desprender. Cuando el estado, cualquier estado, te ha fichado, ya eres parte de la manada. Estás en la cadena de producción. Y solo puedes cambiar de vampiro. Ser libre es estar muerto. Así que paga y calla. El notario no me cobró, porque debió pensar que estaba loco. Algo es algo.

@JLBethencourt