a babor > Francisco Pomares

El anuncio – Por Francisco Pomares

Estamos hartos de escuchar que esto no tiene arreglo, que lo que ocurre es por nuestra culpa, que somos vagos, miserables, insolidarios y cobardes. Por desgracia, es lo único que se nos ofrece: un catálogo ordenado y preciso de todos nuestros defectos, de nuestra incapacidad como pueblo. Estoy harto de verme de nuevo instalado en el ambiente recurrente de ese 98 fatídico que cose nuestra Historia cada vez que algo nos sale mal. Estoy harto de no creerme nada de lo que me dicen, de sentirme estafado, por mi patrón, por mis clientes, por el taxista, por mi banquero y por el programador de la tele, que está seguro de que soy tonto de remate. Estoy harto de vivir con la cabeza escondida entre los hombros, cara de susto y un terror insano a perder lo casi nada que me queda.

Pero hoy me siento extrañamente bien. El nuestro es sin duda un país curioso: en medio de la peor crisis económica que se recuerde, con seis millones de parados y la abulia convertida en una defensa contra el cinismo y las malas noticias, resulta que el mejor discuro político que se escucha en el país es un anuncio navideño de una fábrica de salchichones protagonizado por el payaso Fofito y cuatro amigos cómicos.

Es un anuncio que encierra un mensaje sencillo y optimista: el mensaje de que este país y sus gentes no somos pulpa de madera, sino una potente mezcla de talentos, voluntades y energías, que sabe cómo bordear la excelencia y a veces lo logra.

Ese anuncio es como una píldora de inesperado buen rollo en medio de la amarga medicina de recortes, injusticias, trapisondas y embustes en que se ha convertido el único discurso público de la nación, el que se hace desde el Gobierno, mientras todos los demás o se lamen las heridas o se instalan en la terapia del absurdo. Por supuesto, yo votaría mañana a Fofito mismo o a cualquier otro que fuera capaz de recordarme que decretar y asumir culpas no es la receta para sanar nuestra melancolía y nuestro miedo.

Creo que la única fórmula que va a curar nuestros males es la de volver a mirarnos unos a otros, descubrir que estamos exhaustos pero no vencidos, y encontrar entre todos aquella fuerza y madurez que -no hace tanto- nos hizo darle la vuelta a la Historia en los momentos más críticos.

El viejo payaso que llenó de luces y músicas nuestra infancia nos manda un recado que llega desde aquél tiempo en el que todo era posible. Yo voy a aferrarme a ese recado: lo único que es imposible es lo que no queremos que puede ser.