el fielato>

Apariencias> Por José David Santos

La mujer del César no solo debía comportarse como tal, sino aparentarlo; lo que no dice el dicho es que el propio César estaba más obligado que ninguno a mostrarse como tal, para lo bueno y para lo malo. En Canarias estamos llevando el axioma a la máxima expresión a la hora de explicitar esta crisis tremebunda que nos arropa y que va camino de pasar a formar parte de nuestra idiosincrasia.

A los comerciantes de Santa Cruz de La Palma no se les ha ocurrido otra cosa que sortear un puesto de trabajo y, más allá de la más que evidente repercusión mediática, los señores y señoras que han ideado tan chispeante idea han dejado claro que nos estamos ahogando en la pocilga. Hemos sustituido un viaje a Cancún o una cesta con peladillas y mazapanes por un empleo, como si esto último se pudiera introducir en el bombo de un bingo. Da igual para qué, para quién o dónde, lo importante, deben haber urdido, es que “es un curro y como hay tanto desesperado pues seguro que damos la campanada”.

No hay peor manera que devaluar el sentido de tener un trabajo que regalarlo, que introducirlo en el mecanismo de la feria junto al osito de peluche y el radiocasete con cedé. Tener un trabajo debe ser motivo de orgullo, de ilusión y, cuando las circunstancias de la vida no te han permitido elegir la profesión o la tarea que más te hubiese gustado, al menos, de dignidad. Somos tan egoístas, tan estúpidos y acomodados en esta sociedad de consumo, que ya nos tomamos a gracieta algo tan importante.

Sí, ahora las condiciones no son las mejores, se han recortado derechos, la imbécil de la crisis hace que unos se aprovechen de los otros; y, sí, lo de Díaz Ferrán es para echarse llorar (o gritar de indignación) y te largan a la calle en un suspiro y a escupir a la calle; sí, pero, aun así, trabajar en España es, comparado con las otras tres cuartas partes del mundo, una suerte, una oportunidad para tener una vida mejor. Por eso es indignante lo de los comerciantes de Santa Cruz de La Palma. Han ejemplificado con inusitado acierto que la falta de ética lo inunda todo. Si querían mostrar que estamos en crisis han acertado de pleno.

Disimular esa podredumbre moral tampoco nos vendría mal. Y no estaría de más que, por ejemplo, nuestros políticos bajen el pistón, pisen la tierra y, por ejemplo, no estén como locos exigiendo que les renueven el teléfono móvil para pasar del cuatro al cinco. Ya está bien de tanto ostentar, no solo ineptitud, sino falta de pudor. La mujer del César nunca lo haría.

@DavidSantos74