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Balance> Por Jorge Bethencourt

En este país todo dios está por reclamar unidad frente a la crisis, grandes pactos y consensos, pero instituciones, patronales, sindicatos y partidos se llevan a la greña y quieren sacarse los higadillos. En este país todo el mundo habla pestes de la corrupción, de la incompetencia y el absentismo, pero a la que pueden te sisan la harina del pan, te arreglan un grifo que al poco rato se escachufla o nos inventamos cualquier excusa para escaquearnos del trabajo. En este país todos tenemos una opinión rotunda sobre cómo arreglar cualquier problema y podemos explicarla a voces en la barra de un bar, desde la mejor alineación para el próximo partido del Madrid hasta los usos futuros en la cibernética de las propiedades del bosón de Higgs, pasando naturalmente por la solución al problema del paro, aunque seamos incapaces de resolver nuestras dificultades laborales o familiares.

La palabra es un vehículo para transmitir ideas y comunicar conceptos complejos. Pero cuando la palabra es una cáscara de nuez sin nuez se convierte solamente en ruido. Y a mí me viene pareciendo que desde hace algún tiempo en este país hay más ruido que palabra. La perplejidad se ha convertido en el equipaje de una sociedad decepcionada con el espectáculo dantesco que nos ofrecen los llamados a ejemplificar la excelencia. El 85% de los ciudadanos están desencantados con el sistema de representación parlamentaria y no le faltan razones. Los escándalos son el pan del telediario de cada día y a fuerza de asombrarnos ya nada nos asombra. Poco a poco, sutilmente, la democracia, que tanto tardó en arraigarse en el secarral del franquismo, se va secando devorada desde dentro por su savia contaminada.

El año que dejamos atrás solo tiene de bueno que va a ser mejor que el que nos espera. Los augurios nos sitúan en nuevas cotas de paro, de pobreza y de recesión. No puede ser de otra manera en un escenario donde la sociedad está al servicio de quienes dicen gestionarla mientras la desangran. Ha sido el tiempo de las grandes decisiones valientes, del sentido de Estado y de la apelación a la grandeza. A cambio se nos han dado oportunismos electorales, ciegas defensas de los intereses ideológicos o de clase y una mediocridad que desafía cualquier proceso descriptivo. Solo nos han dado palabras sin nuez, cáscaras y ruido. Las repúblicas y las democracias, dice Tony Judtt, solo existen en virtud del compromiso de los ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos. Un compromiso que se evapora cuando descubren que las instituciones son un reducto de enchufados, subordinados serviles y pelotas profesionales. “Políticamente, la nuestra es una época de pigmeos”, afirmaba. Ni una coma que añadir. Ni una palabra. Ni un ruido.

@JLBethencourt