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Descrédito infeccioso – Juan Manuel Bethencourt

Los recientísimos acontecimientos judiciales que pesan sobre la figura del expresidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, refuerzan la espiral de descrédito colectivo que nos envuelve sin remisión ni propósito real de enmienda. Resulta que también ser empresario es hoy un motivo de escarnio, y no al revés. La extensión del desprestigio, una injusticia por generalización como cualquier otra, en realidad no debería tener que ver con las actividades particulares del señor Díaz Ferrán, que en su momento quedarán dirimidas en sede judicial, y de las que solo él y sus socios serán en todo caso responsables. Atiende, eso sí, a la diferencia de trato que se aprecia entre diversos estratos de nuestra sociedad. Cuando, por ejemplo, la última decisión de un gobierno que se autodefine como progresista consiste en la concesión del indulto a un directivo bancario condenado por mala praxis, en ese caso podemos reforzar la tesis de en España es notoria la connivencia, que no la cooperación, entre un sistema político anticuado y una curia empresarial exclusivamente preocupada por su propia supervivencia. Ya José Luis Rodríguez Zapatero intentó implicar a los grandes apellidos de la empresa española a periódicas citas en La Moncloa para buscar respuestas contra la crisis. El resultado de tales convites fue, hay que decirlo, desolador, en la medida que cada cual optaba por defender exclusivamente su sector de actividad o incluso su predio personal, atribuyendo todas las cargas (léase recortes) al resto de los presentes. Y, claro, al final resulta que esto no lo arreglamos entre todos por mucho que lo diga un eslogan diseñado por el Consejo Superior de Cámaras. Aquel mensaje cayó en el olvido y sin embargo es mucho más poderoso el estruendo suscitado por la acusación contra Díaz Ferrán, un hombre que además acumula un pésimo expediente en la hemeroteca. Se trata del mismo empresario que, aún en la presidencia de la CEOE, pedía sacrificios, menos salario y más horas de trabajo, al mismo tiempo que se cocía una monumental quiebra de su grupo empresarial, a la que cabe asociar las extrañas maniobras que ahora son objeto de pesquisa en los tribunales. Es preciso entender que la ejemplaridad no es un juego, y asumir que resulta exigible para el líder de los empresarios españoles, designado por ellos mismos, sentirse responsable de sus palabras y actos. Para estar a la altura de la túnica que decidió vestir un día. Ni más ni menos.