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No es cuento de Navidad – Por Pedro Fernández Arcila

Adama lleva más de seis años entre rejas porque cometió el mismo delito que miles de jóvenes senegaleses a mediados de la pasada década: agarrarse a la quimera de llegar a Europa para labrarse un futuro que le permitiera sacar a su familia de la miseria. Bueno, su delito fue soñar, pero sobre todo tener experiencia en la mar. Vivía en un pueblo costero y su familia se había dedicado a la pesca desde tiempo inmemorial. Conocía la mar desde niño, en ocasiones la pesca les había llevado a él y a su familia a la costa de Ghana, a miles de millas de Senegal. Para él era habitual estar días en alta mar, y se desenvolvía con maestría en los pocos metros de vida que te ofrece un cayuco en mitad del océano. Cuando decidió emigrar a Europa no se lo dijo a nadie de su familia, habló con un grupo de jóvenes agricultores del interior del país que habían comprado una patera y que la habían escondido en una zona de manglares cerca de su pueblo, lista para salir. Adama les dijo: “Ustedes son agricultores, no saben navegar y morirán a las pocas horas, yo no tengo dinero, pero conozco el oficio y sé cómo timonear el barco hasta las costas canarias, déjenme ir gratis”.

La travesía fue especialmente dura y algunos no soportaron los diez días y noches que duró la pesadilla. Hubo jóvenes que sufrían delirios y se lanzaban al mar para no seguir soportando el terror de otra noche en medio de la nada más absoluta. La pericia de Adama salvó al resto; un centenar de inmigrantes logró finalmente llegar al puerto de Los Cristianos. Cuando la policía preguntó quién era el que capitaneaba el cayuco, todos señalaron, algunos con indisimulado orgullo, a Adama, el que les había salvado la vida. Sin embargo, para nuestras leyes actos como el de Adama suponen promover, favorecer o facilitar la inmigración clandestina y como encima hubo muertos en el trayecto, los tribunales le condenaron a un total ocho años y seis meses de cárcel. La semana pasada le dieron el primer permiso después de seis años y recibió los primeros abrazos de un puñado de amigos que le esperaban a la puerta de la prisión. No es un cuento de Navidad, es tan real como que existen políticos sin alma, sin ética, ni moral, capaces de privar de libertad a gente inocente con tal de blandir un manojo de estadísticas.