Lo fácil hoy en día, y hasta se está convirtiendo en una tendencia prêt-à-porter, es criticar, culpar y a ser posible fusilar al amanecer a aquellos que se ganan el sustento gracias a la nómina de una Administración pública.
Hay intereses políticos y hasta empresariales, ansiosos estos últimos por llenar sus bolsillos con las posibles privatizaciones de los servicios públicos, a los que les conviene poner la mirilla de la escopeta en esa dirección, aunque lo triste es que al final todos participamos en ese linchamiento colectivo.
No les voy a negar que algunos funcionarios se esfuerzan cada día en demostrar que merecerían salir a la calle a trabajar en el seno de una empresa privada, al menos una temporadita; sería una experiencia que podría ayudarles a poner los pies en el suelo. Sin embargo no todos son así; pero va a dar igual porque ese juicio sin abogado defensor ya se celebró, se dictó sentencia y ahora únicamente está pendiente de la ejecución del fallo.
Pero ¿cuál ha sido el mayor error de muchos funcionarios? Resulta evidente, además por decantación; se pusieron en el disparadero cuando se olvidaron de su condición de trabajadores; cuando algunos se creyeron otra cosa, en otro escalón social por tener “asegurado” un puesto de trabajo.
Se debe reconocer que la mayoría accedió a esa plaza tras superar difíciles procesos selectivos, pero creo que deberían fomentar su cultura como clase trabajadora, al lado del resto de los ciudadanos, y mucho más ahora.
Alea iacta est.