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A media luz – Por Luis Alemany

Desde hace mucho tiempo la aparición de las luminarias callejeras indican el comienzo de las fiestas navideñas, tratando de detectarse a su través la presumible envergadura -cuantitativa y cualitativa- de las mismas; de tal manera que tal irrupción luminosa, sucedida hace unos pocos días, pudiera determinar (en una cierta medida) el indicativo de cuáles van a ser las características de estas Navidades chicharreras, tal como se ha planteado (no sin cierta polémica) al contemplarlas, estableciendo el consecuente parangón con otras decoraciones luminosas de otros años anteriores, y proponiendo comparaciones -para bien o para mal- entre unas y otras quizás desde la perspectiva quejumbrosa de las limitaciones que establecen las bombillas en los tiempos de crisis, y cuestionándose la necesidad de tales dispendios ornamentales en momentos de mucha necesidad económica, que pudieran hacerlos prescindibles, a favor de otros gastos más apremiantes; lo cual pudiera sumirnos en un complejo litigio entre lo necesario y lo superfluo: entre lo festivo y lo imprescindible.

Desde la perspectiva económica cabría plantearse la funcionalidad que estas luminarias cumplen en los circuitos comerciales urbanos, estableciendo un valioso caldo de cultivo ambiental, junto con la música envolvente potencial; de la misma manera que pudiera reprocharse éticamente la mezquina limitación exclusiva de tales ornamentos luminosos a determinados sectores urbanos de pretendida rentabilidad mercantil inmediata: en cualquiera de los casos, no cabe duda de que la imagen navideña de una capital remite sustancialmente a sus zonas urbanas administrativas, comerciales y lúdicas, aunque esa prevalencia suponga (si el presupuesto no permite otra cosa) abandonar, a tal respecto, Salud Alto, Cabo-Llanos o el Toscal.

Tal vez hayamos incidido en exceso en la comercialización navideña, de la que ya resultaría imposible salir, porque son muchos los intereses que la ordenan; pese a lo cual, no puede uno por menos de pensar que la luz ornamental navideña forma parte de la esencia de esa fiesta, ya sea más o menos rutilante, discriminatoria o presuntuosa: no olvidemos que fue la luz de una estrella la que guió a los tres Reyes Magos hasta Belén, encontrándose -a su través- en un cruce de caminos, para hacer juntos amistosamente el resto del trayecto; ni olvidemos tampoco (en la noche legendaria del Génesis) que lo primero que hizo Dios al crear el mundo fue separar la luz de las tinieblas.