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Vete al Infierno – Conrado Flores

“Vete al Infierno!”. Puede que lo hayas dicho más de una vez. En principio, hasta etimológicamente hablando, no debería haber un sitio peor. Porque si ha habido un miedo arraigado en el tiempo y en el subconsciente popular es el de la posibilidad de acabar en el Infierno tras nuestra muerte física. Y es que el Antiguo Testamento hablaba de fuego inextinguible, tormentos, aullidos y rechinar de dientes. Como para portarse mal estaba la cosa.

Desde el principio de los tiempos el ser humano se ha preguntado si hay vida después de la muerte. Poco después, la religión le aclaró que si se salía del tiesto iba a pasarse la eternidad junto a un demonio de tres cabezas. Por eso, desde hace unos dos mil años, al Infierno hay que reconocerle las virtudes de la disuasión y del acojonamiento. Es lo que hay: fuego y sufrimiento eterno. Se lo dijeron a los primeros cristianos y se lo dijeron a mi abuela en una misa.

Posteriormente, en los diferentes concilios como el de Letrán, se insistió en que los pecadores “recibirán con el diablo el suplicio eterno”. Asimismo, el poeta florentino Dante Aliguieri describió un Infierno de nueve niveles de profundidad donde acabarían desde los lujuriosos, los avariciosos, los vagos, hasta los traidores e incluso los glotones. Cabe destacar que muy al fondo, en el octavo círculo e inmersos en brea hirviendo, están los políticos corruptos. Vamos, que según la visión del famoso poeta italiano hay overbooking en el Infierno.

No obstante, hace poco más de 10 años, el papa Juan Pablo II afirmaba sobre el infierno que “no es un lugar físico entre las nubes sino la situación de quien se aparta de dios”. Los malvados del mundo respiraron tranquilos porque pensaron que una cosa era ser castigado con la ausencia de dios y otra dentro de una cazuela con aceite hirviendo. En cambio, la cosa volvió a ponerse fea hace un par de años, cuando el actual papa, Benedicto XVI, dijo que el Infierno sí existe y que “los pecadores se arriesgan a una condena eterna” en él.

Puede que, en efecto, no sea un lugar del subsuelo donde se viva entre fuego y azufre pero lo que parece claro es que tampoco tienen televisión por cable. Sea como fuere, confío en que tipos como Gerardo Díaz Ferrán necesiten algo más que 30 millones de euros para salir de él.