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América – Por Leopoldo Fernández

El apretón de manos entre Castro y Obama quedará para la posteridad como el gesto más expresivo del final de casi 60 años de guerra fría entre Estados Unidos y Cuba; una etapa en la que ninguno de los dos países dio su brazo a torcer en un enfrentamiento ideológico en el que el verdadero perdedor ha sido el pueblo cubano. La VII Cumbre de las Américas celebrada en Panamá abre unas perspectivas de entendimiento que van más allá de la deseable colaboración económica al cerrar -eso cabe esperar tras las declaraciones de los líderes- viejas prácticas imperiales, inadmisibles injerencias en asuntos internos y una torpe aplicación de la doctrina Monroe entendida como predominio de las tesis norteamericanas en cualquier circunstancia. Así y todo, habrá de pasar algún tiempo hasta que se concreten los nuevos vientos de la diplomacia ya que de momento ni Cuba sale de la lista de países que apoyan el terrorismo, ni se levanta el embargo, ni La Habana abre la mano a la disidencia política o el pluralismo, ni las relaciones bilaterales llevarán a la inmediata apertura de embajadas, tras más de medio siglo de desencuentros. Estados Unidos no puede renunciar a su papel de liderazgo moral, político y económico, del llamado mundo libre, y mientras continúen en la región regímenes populistas y de discutible talante democrático -casos de Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina- o abiertamente pro comunistas -como la propia Cuba más una Venezuela en pleno proceso de desintegración interna-, el papel de Washington seguirá siendo de indudable influencia, pero también de vigilancia de los derechos humanos. Cuba sale fortalecida de Panamá y su papel mediador en el conflicto de las FARC le otorga un lugar destacado en el proceso de integración regional, lo mismo que a Méjico y Colombia, en detrimento de los mentados países populistas (más Brasil), cuyas tesis quedaron en franca minoría en el curso de la cumbre. El caso de Caracas es especialmente significativo ya que Maduro no logró los apoyos que esperaba en favor de su confrontación con Obama, que se limitó a saludarlo protocolariamente y dejar las relaciones bilaterales en el congelador. Y mientras tanto, España sigue como abstraída de los destinos de todo un continente, pese a su importante presencia histórica en la región.