Atrapados en el tiempo – Por Juan Hernández Bravo de Laguna

Con el descriptivo título de ‘Atrapado en el tiempo’ se estrenó en España ‘Groundhog day’ (‘El Día de la Marmota’), una película dirigida por Harold Ramis en 1993. El hombre del tiempo de una cadena de televisión es enviado un año más a un pequeño pueblo de Pennsylvania a cubrir la información del festival del Día de la Marmota, una fiesta folklórica que se celebra allí cada 2 de febrero. En el viaje de regreso, el protagonista y su equipo se ven sorprendidos por una tormenta de nieve que les obliga a regresar al pueblo y pasar la noche en el mismo. Y a la mañana siguiente, al despertarse, el periodista comprueba atónito que misteriosamente comienza para él de nuevo el Día de la Marmota. A partir de esa mañana, se ve condenado a revivir, una y otra vez, el mismo día. Todo se repite, y poco a poco crece su percepción de que lo que le sucede en cada momento ya lo ha vivido. Al final de la película llegará su liberación la mañana en que, al despertarse, comprueba aliviado que es el día siguiente y su pesadilla ha terminado.

Como el protagonista de la película, los canarios vivimos atrapados en un tiempo político inmutable y que se sucede a sí mismo hagamos lo que hagamos y votemos lo que votemos. Estamos condenados a repetir una y otra vez nuestro particular e interminable día de la marmota, que, por si faltara algo en el paralelismo, se celebra nada menos que el 2 de febrero, el día de la Candelaria. Las pasadas elecciones autonómicas y locales han certificado el profundo cambio político anunciado en España (no olvidemos que unas elecciones municipales acabaron con la monarquía y alumbraron la república): han supuesto un hundimiento relativo del Partido Popular, algo menor del que vaticinaban las encuestas, y el previsible cuestionamiento del liderazgo de Mariano Rajoy en sus propias filas a pocos meses de las elecciones generales; han significado un estancamiento, también relativo, de los socialistas; han tenido como consecuencia la irrupción de Podemos y Ciudadanos, que han venido para quedarse, con la consiguiente transformación de nuestro sistema de partidos, fin del bipartidismo y generalización de la cultura de coaliciones y pactos; han condenado a la desaparición a UPyD, y muchas cosas más. Pues bien, mientras sucede todo esto, en Canarias se disponen a formar Gobierno los mismos que gobiernan ahora, una fuerza política derrotada en las urnas, la tercera en número de votos, que ha perdido 3 escaños y unos 60.000 sufragios. Y se disponen a hacerlo mediante un pacto con los socialistas, igual al que ahora existe, un pacto que se anuncia con voluntad de repetirse en cascada en todas las instituciones en las que sea posible. El sufrido elector socialista descubre ahora que su voto ha servido en Canarias para que nada cambie y todo siga igual, para que algunas caras nuevas nos cuenten los mismos chistes viejos, primarias interpuestas. Y que, aunque han ganado las elecciones en número de votos, ocuparán en el nuevo -viejo- Gobierno canario los cargos que Coalición Canaria se digne prestarles, y jugarán con los cromos que Coalición considere oportuno darles. Porque los socialistas y los populares canarios quieren ser de Coalición cuando sean mayores. Si no es el día de la marmota, que el curioso lector nos diga qué otra cosa puede serlo. Por si fuera poco, a todo lo anterior ha venido a unirse la profunda injusticia y escasa representatividad del sistema electoral canario. Coalición Canaria, una fuerza política derrotada en las urnas, la tercera en número de votos, que ha perdido 3 escaños y unos 60.000 sufragios, como decíamos, es la vencedora en número de escaños y se dispone a formar Gobierno. Tiene experiencia en hacerlo así, porque viene de gobernar en la Legislatura que ahora concluye después de haber perdido también las anteriores elecciones. Podemos, que quedó a 50.000 votos, obtiene 11 escaños menos. Y Ciudadanos, con unos 54.000 sufragios, no alcanza representación parlamentaria porque no supera por 0,07% la abusiva barrera electoral regional del 6%, mientras los 5.000 votos de Casimiro Curbelo en La Gomera se traducen en 3 diputados.

Son las indeseables consecuencias de un sistema electoral que asigna el número de escaños a elegir no de manera proporcional a la población o al censo electoral, sino con un criterio de respeto a unas paridades o equilibrios entre las Islas (paridades que son cuatro y no tres, como algunos se empeñan en repetir). De esta forma, las islas periféricas resultan sobrerrepresentadas y su 15% de población elige a la mitad de los diputados del Parlamento canario, mientras el 85% que reside en las islas centrales elige a la otra mitad. Nunca hemos entendido este empecinamiento de las islas periféricas en tener tantos diputados, porque ese número excesivo no tiene nada que ver con la atención que se les presta o las políticas que se siguen respecto a ellas. Como en todos los Parlamentos democráticos, en el Parlamento canario se vota por partidos y grupos parlamentarios, no por islas, y los diputados de las islas periféricas se deben a la disciplina de voto de sus partidos y no de sus islas. Por el contrario, según se ha demostrado en La Gomera, el sistema fomenta el caciquismo, el clientelismo y las redes clientelares insulares. Mientras tanto, los canarios seguiremos atrapados en el tiempo de nuestro día de la marmota particular, hasta el día que sea el siguiente y termine nuestra pesadilla.