1. Mis diatribas sobre la universidad de La Laguna han surtido efecto, tanto por las cartas que llegan a mi correo, como en las redes sociales, como por algún artículo que se refiere a ellas, sin nombrar a su autor en este último caso. Me da igual todo. Yo digo lo que pienso. Incluso, he remitido al director de este periódico alguna carta que me pone mal, con el ruego de que la publiquen en la sección correspondiente. La polémica periodística es tan vieja como los periódicos, pero yo no entro en ella. Antes, sí. Antes yo era un guerrero, ahora soy un cordero que pasta en los prados de la tranquilidad. Ya no me interesa ni siquiera la polémica que siempre busqué. Estoy jubilado, pero me da pena de esta universidad que ya no representa a la sociedad canaria. Antes, sí. Y me da pena que haya sido elegido un rector tan carrucho como yo, que probablemente no le aporte nada a la universidad, sino soberbia y mala leche. Porque Martinón es un soberbio, lo ha sido toda la vida, ha despreciado a mucha gente, a la que ni miraba por los pasillos, y tiene mala leche. No es un tipo noble.

2. ¿Buen profesor? No sé, yo no sé matemáticas, no las entiendo. Bueno, sí las entiendo cuando las explica un hombre tan excepcional como el profesor Valbuena, al que le tengo muchísimo respeto; o como cuando las imparte Álvaro Dávila, al que le tengo aprecio. Curioso: los dos se han dedicado -y aún se dedica el segundo- a la política. Matemáticas y política, ¿buena o mala mezcla? Lo matemático es exacto, ¿no?; la política, no.

3. La universidad hace aguas. Que no me vengan ahora con cuentos chinos de que está mejor, de que Doménech ha sido un buen rector, pero poco comprendido. Doménech ha hecho lo que ha podido, pero la universidad se le escapó de las manos y repito que no está en la sociedad canaria, ha desaparecido. Nos ha abandonado. Es una pena que en este reducido espacio no tengo lugar para citar, una a una, todas sus carencias. Con el tiempo lo haré. O no, porque a lo mejor me aburro contándolas.
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