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Orson Welles – Por Luis Ortega

Nació hace un siglo en Wisconsin en una familia rica y culta que le inició en el estudio de todas las artes; debutó a los tres años como figurante en Sansón y Dalila, en la Opera de Chicago, y sus juegos fueron siempre la pintura, la linterna mágica y las marionetas. Murió septuagenario, con posiciones divididas sobre su carácter y reconocimiento unánime de su genio. Tuvo una juvenil dedicación al teatro, confirmada con la fundación de Mercury Theatre, y alcanzó la fama en 1938 con La guerra de los mundos, la ficción radiada de una supuesta invasión extraterrestre que conmovió a los Estados Unidos.
Fichado por la RKO para tres producciones, sólo completó Ciudadano Kane (1941), inspirada en el magnate de la prensa William Randolph Heartst. Fue un alegato sobre el poder y la soledad que, a la vez que hondura y valentía, aportó innovaciones técnicas y fue considerada “la cumbre del Séptimo Arte”. Guionista, actor y director convertido en leyenda andante e intelectual incómodo por sus radicales opiniones -“El nihilismo de ahora se debe a la falta de una derecha democrática y a la izquierda que sólo se ocupa de salvar sus piscinas”- fue perseguido durante la caza de brujas del Macarthismo y emigró a Europa en 1946. Después de doce años y siete filmes pudo regresar a su país. En su producción -veinte títulos y siete inacabados o perdidos- aparecen piezas maestras como Mr. Arkadin, La dama de Shangai, con la que fuera su esposa Rita Hayworth, la apasionante Sed de mal, El proceso, sobre la obra de Kafka e intensas versiones sobre las obras cimeras de William Shakespeare, como Otelo, Macbeth y una sugestiva recreación del mundo del dramaturgo inglés -Campanadas de medianoche- narrada a través de un inolvidable Falstaff, encarnado por él mismo.

En 1973 estrenó Fraude, un experimento presentado como un falso documental y, a partir de entonces, sólo grabó narraciones con su personalísima voz para producciones ajenas. Directores del mayor prestigio -John Huston, Martin Rit, Fred Zinnemann y Claude Chabrol, entre otros- lo contrataron como intérprete de hitos relevantes como El tercer hombre (1949) de Carol Reed, sobre un relato de Graham Greene que insertó una trama policíaca en la Viena de la inmediata posguerra.

En el mismo año de su muerte, y esa valoración subsiste, el British Films Insitute lo eligió como “el mejor director de la historia por el dominio de la técnica y la originalidad y variedad de sus argumentos”.