1. Yo no los escucho, porque me levanto tarde y porque no me aportan nada, pero los amigos me hablan de los predicadores a sueldo que pontifican en la SER por la mañana. Les confieso que mi emisora de cabecera es la COPE, con la que me identifico plenamente, pero tampoco la escucho muy temprano. Empiezo a ser persona, si ustedes, desocupados lectores, lo quieren así considerar, a las diez de la mañana. Cuando estoy desvelado a horas tempranas sintonizo a mi amigo Artiles, que me mantiene informado de la chismografía local, que es la que más me interesa, en Teide Radio. Pero me han alertado sobre los predicadores de la SER, los de aquí y los de Madrid, que se creen que han descubierto un mundo nuevo. Ya no hay mundos nuevos. Todos los mundos están descubiertos, aunque no me cierro a la aventura tampoco.
2. Yo conozco muy bien este público. El éxito impresionante de Radio Burgado, que yo creé sobre una mesa con tapete verde en un ático de la placita de Ireneo González, hasta que la vendí -muy bien-, era que hacíamos una radio trasgresora y con sentido del humor. Sin Juan Luis Calero habría sido un desastre. Yo con Juan Luis pasé los mejores días de radio de mi vida y aquello no tenía que haber terminado nunca. Éramos capaces de narrar un pavoroso incendio forestal con sentido del humor y con los personajes de Calero de enviados especiales a cada sitio. Qué pena que algún desalmado tirara a la basura el archivo sonoro de la emisora, tras yo venderla. Allí estaba todo.
3. Por eso no creo en los predicadores, sino en los que hacen periodismo con gracia, con ligereza, y, por qué no, con rigor salpicado de ironía. Es que hay tíos muy aburridos, sesudos y machacones, predicadores a sueldo de tres al cuarto, incapaces de entender que el periodismo entra mucho mejor en el cuerpo de los oyentes echándole humor. Y no hay forma, oigan, no hay forma. Yo hacía la radio desde la cama y fui el segundo periodista en elegir un escenario parecido. El primero fue don Victoriano Fernández Asís, desde el comedor de su casa: España a las 8, de RNE. Nada menos.
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