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Servir con honor y sin reloj

TINERFE FUMERO | Santa Cruz de Tenerife

“A las 18.15 horas del caluroso lunes 11 de mayo pasado iba camino de Los Rodeos para recoger a mi mujer cuando, en el kilómetro 7,5, del capó de mi coche salió repentinamente una gran humarada blanca y el panel de control se iluminó como un árbol de Navidad”. Así arranca el relato de Álvaro da Silva, un empresario tinerfeño de origen portugués al que una avería de su coche lo puso aquel día en apuros en una historia cotidiana, como tantas, ajena a truculencias.

Sin embargo, el relato de este buen ciudadano, uno de los patronos de la Fundación Alejandro da Silva contra la leucemia, tiene de especial lo que sucede a continuación: “Tras aparcar como pude, puse intermitentes y me vestí con el chaleco reflectante para poner el triángulo. Cuando iba a llamar a la grúa me percaté de algo extraordinario a mi entender: un señor había parado su moto delante de mi coche, se había vestido con su chaleco y tras quitarse el casco me hacía señas para que me retirase de donde estaba hacia la parte exterior de la autovía, porque me hallaba en peligro”. Pronto el extraño se hizo cargo de la situación, tal y como relata Da Silva: “Con una inusual tranquilidad, esmerada educación y tranquilizante sonrisa me puso a salvo, fuera del área de rodaje de la autovía. Hizo alguna llamada telefónica y a los pocos minutos llegaba un coche de la Guardia Civil. El mismo dio instrucciones para hacer que mi coche, conduciéndolo él mismo, fuera marcha atrás hacia la zona segura que ofrecía la parada de guaguas del campus universitario, ya casi en el kilómetro 7”.

El empresario, que se puso en contacto con este periódico para ofrecer este relato cotidiano, añade que le preguntó al paisano si era agente de policía: “Con sencillez se limitó a responderme que era guardia civil y que había terminado su trabajo. Volvía a casa cuando fue testigo directo y muy cercano del incidente en mi coche. Ya a salvo -continúa Da Silva-, una vez yo y el coche en lugar seguro, se despidió con una sonrisa que recordaré siempre con gran gratitud, casi sin tiempo para poder agradecérselo”. Intrigado, preguntó a los guardias: “Les pedí el nombre de ese agente que prestó esa primera valiosa ayuda y lo organizó todo, porque quería manifestarle en otro momento mi agradecimiento. Uno se limitó a decirme que no podía darme el nombre, pero que era su jefe”.

El paisano era, tal y como ha podido averiguar este periódico, el responsable de Tráfico de la Guardia Civil en Santa Cruz de Tenerife, Apolonio Alcaide, a quien el ciudadano Da Silva agradece que, además de servir con honor, lo haga sin reloj.