tribuna >

Carlos, poeta y amigo

JUAN JULIO FERNÁNDEZ

Perdí la cuenta, pero entre los muchos que nos legó guardo en mi biblioteca libros dedicados por él, de 1963 a 1981, a mí y a Mercedes, mujer y compañera de toda una vida: Muda compasión del tiempo, En este gran vacío, Sin alba ni crepúsculo, Como un grano de trigo y Tratado del Mal, amén de Las horas del hospital, éste en su prosa particular, teñida de lirismo. Y creo recordar otras obras anteriores: Las tardes o el deseo, Las preguntas al silencio, Elegía para un hombre muerto en un campo de concentración y El llanto alegre, de las que supe o leí, pero que no tengo. Todo un regalo de ese don que tienen los poetas, como recuerda María Zambrano, de concebir la poesía como belleza y, al captarla, crear un mundo que la refleje y le permita transmitir, fundidos en ella, sentimientos y pensamientos que uno, que no lo tiene, intuye y presiente y con los que, al leerlos, acaba identificándose.

Fueron años de amistad compartida y visitas asiduas a la Casa de la Panadería, la suya, un espacio privilegiado que compartía con Delia y sus hijos, Carlos Eduardo y María, y que, recuerde, con un perro pastor alemán al que llamaba Lord y al que se dirigía en un tú a tú en el que -decía- le contestaba sin palabras, con la mirada comprensiva e intensa de la que hacía gala. Y del que contaba que haciendo honor a su nombre se dio un banquete, un día de Navidad, con un faisán con el que llevaba tiempo conviviendo en el jardín.

En el horno de esa casa, convenientemente adecuado y convertido en grato lugar de encuentro, iniciábamos al anochecer un grupo de amigos, generosamente invitados, una tertulia que, al no contar la bóveda con iluminación del exterior, se prolongaba imperceptiblemente hasta la madrugada. Allí conocimos a Miguel Ángel Asturias, consagrado poco después con el Nobel y, que recuerde, también coincidimos con Pedro Lezcano, Arturo Maccanti, Alberto Pizarro, José Luis Fajardo, Pepe Abad, Vicki de Luz y, ocasionalmente, con Manolo Millares y Martín Chirino. Y con tantos más con inquietudes culturales y artísticas.
Estoy evocando al Carlos Pinto Grote de Amistad, patria mía, recientemente ido, con 91 años vividos intensamente, atrapando horas que presentía que se le escapaban con tanto por hacer, lo que le lleva a considerarlas con “muda compasión del tiempo”, en palabras del Vizconde del Buen Paso que hace suyas y con las que encabeza el primer libro que me dedicó, aunque a mí en segundo lugar, pues la primera dedicatoria, la que se repite constantemente en todas sus publicaciones, es a Delia: Este libro es para Delia, mi mujer, a quien, en el segundo de los que tenemos Mercedes y yo con su firma autógrafa, En este gran vacío, se dirige con un Delia: “A tus ojos verdes, dioses que me han creado”.

En 1982 tuve el grandísimo honor de que me prologara un opúsculo, publicado por el Cabildo Insular de Tenerife, con portada e ilustraciones de Alejandro Togores, que titulé En Fiestas, al recoger en él los pregones leídos por mí en las fiestas de Frontera, en El Hierro y en las de Breña Alta y Los Sauces, en La Palma, de los que Carlos dice que “podrán servir de recuerdo y ser, en la voz del lector, repetición de un canto que, queramos o no, ha sonado siempre en las Villas y Pueblos de nuestras Islas”. No pretendía más y nadie mejor que Carlos supo expresarlo y que yo, ahora, en su honor y reiterando mi gratitud, quiero revivir.
Siempre me ha intrigado la valoración del tiempo, al entender que lo relativiza todo y que para mí, llegado a los años que se me ha dado sumar, considero más que enemigo un amigo. Para Carlos,

“Vivir es una costumbre nada más.
Y añade,
Y un vivir al otro sigue,
sin comprender que es la vida
muda compasión del tiempo”.
Muda compasión cuando se cree que falta para llegar y pasión cuando se cree haber llegado. Devenir inexorable que nos permitirá seguir viviendo mientras la vida siga siendo costumbre en nosotros y, cuando ya no estemos, continúe siéndolo en los otros: familiares, amigos y lectores, porque un libro nace no cuando se escribe sino cuando se lee, por lo que sigo creyendo que el libro
-por antonomasia, el de papel-, nunca ha de morir.
“Leer es, pues, forma de nacer:
Naciendo va el hombre cada día.
Y los caminos nacen al pasar”.

Carlos Pinto Grote, poeta, hijo de poetas, señor de la palabra y de la vida, navegante en los ojos verdes de Delia y buceador en el mar infinito de la belleza, neuropsiquiatra, sanador de cuerpos y de almas, muchas veces reconocido y galardonado merecidamente con el Premio Canarias de Literatura en 1991: los caminos que te nacieron al pasar siguen ahí, para que los sigamos transitando hasta que el tiempo nos compadezca a nosotros, a los que, afectivamente, seguimos enganchados a tu recuerdo.