después del paréntesis

Casillas

El presidente, don Florentino Pérez, dijo que si Iker Casillas dejaba el Madrid es porque él así lo pidió. Se entiende. La categórica pena de ver en la sala de prensa del Bernabeu al mejor portero del Real Madrid de todos los tiempos despedirse solo ante la prensa fue un primor. Y eso es lo que ocurrió. Tan evidente que el adusto Florentino se apuró a ponerle remedio antes de que fuera demasiado tarde. Luego, nadie se lo cree, ni siquiera los incondicionales que el pasado lunes asistieron al segundo de los eventos y gritaron: “¡Florentino, dimisión!”.

¿Qué ocurre en ese club que se ha dado en llamar el mejor club del mundo y no lo es? Que encarna lo peor de lo que encierra este país. En un plano, el presidente actual, que tiene artes de secretario técnico, por lo que decide este sí y aquel no. Casillas nunca estuvo en su agenda. Por eso hubo de salir, por más que pactara arreglar el sofoco, dado lo que se había extendido por todas las partes del mundo, con la imagen del dicho club por los suelos. Es decir, no muestra este equipo lo que muestran los verdaderamente grandes, como el Bilbao con Iríbar o el Bayern con Oliver Kahn. Iríbar, Kahn, Xavi, Íker… son instituciones, son propiedades que reconocen al ser y, por eso, son intocables. Según y para quien…

Y la otra pata de esta mesa, la más nefasta y ridícula afición del mundo. A nadie, pongo por caso, en EE.UU. se le ocurriría silbar a uno de los suyos, aunque lo esté haciendo mal; bien al contrario, lo animan. Los jugadores de los Bulls (por ejemplo) representan a los aficionados de los Bulls; ellos son los que ganan a los adversarios y los que le dan gloria a los colores. Aquí no. Los que van al Bernabeu (como los que van a las Ventas) saben más que los entrenadores y que los futbolistas. Y eso es lo que ha de quedar claro allí. Siniestro.

Y como todo conjuga, el entrenador portentoso para ese tipo de adeptos y de institución es uno: Jose Mourinho. Eso se fichó: una mala persona y un pésimo profesional que se enfrenta a un jugador suyo porque el jugador suyo no se pliega a su despreciable desparpajo ideológico: no tanto atender a las consecuencias de sus subalternos cuanto a la incondicionalidad. Los incondicionales viven a sus espaladas, los otros tendrán problemas. Íker el que más.

Así es que el tal Mourinho concluyó que la mujer de Íker Casillas no podía ser reportera deportiva, porque sabría secretos. Y Casillas, consecuentemente, le dijo que se fuera a freír espárragos, o en todo caso a fortalecer con sus órdenes los sótanos de su casa. Y como lo que al supremo entrenador le interesa es el enfrentamiento (de ahí las diatribas que no vienen a cuento contra los compañeros de profesión aquí y allá) que Casillas se aprestara a pacificar la relación Barcelona-Madrid fue un verdadero disgusto para el profeta del balón.

De manera que la alta afición y el magno club (Florentino en la cúspide) cuando pitaban a casillas no pitaban a Casillas, confirmaban que Mourinho (el modelo, insisto) tenía razón; Mourinho es el que confirma y habría de haber asentado sus bases ahí por los siglos de los siglos.

Eso queda, un mito (que además es una admirable persona) fue sojuzgado, condicionado, repudiado y difamado sin defensa.

¿Qué harán esos felices amantes y entendidos del balompié cuando Íker Casillas visite su casa con el Oporto? ¿Le aplaudirán?

Queda dicho: el cinismo derriba montañas y pone a cada cual en su lugar.