tribuna

(Re)conocimiento – Por Indra Kishinchand

Aún estaba a tiempo de vivir lo suficiente para no tener que anular nunca las distancias y los años. Su interior estaba inundado de culpabilidad por haber hecho siempre lo que otros querían de él. Aquel era un acto de egocentrismo más que de responsabilidad; como si quienes le rodeaban se durmieran pensando en las desgracias ajenas. Hacer lo que él amaba no era fácil. Había imaginado tantas veces quién podría llegar a ser que no quería fastidiar aquella imagen con la realidad.

La injusticia de saberse por debajo de sus propias expectativas le impedía romper con una existencia rutinaria y monótona, alejarse de un mundo que ya no le sorprendía.

Decidió marcharse para comprender. No acostumbrarse a ningún lugar, no llamar por su nombre a nadie más, olvidarse del suyo para recobrar fuerzas. Días sin nombre, amigos sin nombre, países sin nombre. Recordó a base de olvidar. Reconstruyó la esencia gracias a los pedazos rotos que había dejado en el camino.

El lugar de donde provenía le otorgó el valor para mirarse al espejo tras años de ausencia y, de una vez por todas, reconocerse. Vio allí a la persona que nunca había querido dejar de ser. Observó sus miedos y sus melancolías. Sus principios y sus tareas a medias. Examinó sus facciones lentamente y sonrió de nuevo.