de puntillas

Paradoja – Por Juan Carlos Acosta

La paradoja de la globalización a costa del empobrecimiento de una parte importante del mundo continúa avanzando a buen paso. Mientras los países más desarrollados se asocian en clubes de ricos, los más pobres asisten no solo al encarecimiento de los productos básicos de supervivencia en sus modestas economías, sino que además son los que más suelen sufrir los efectos del cambio climático en sus cosechas o en sus hogares.

Tampoco escapa el primer mundo a esta deriva del capital puro y duro. Sabemos que en modelos como el de España las grandes fortunas han crecido un 40% desde que se inició la penúltima crisis económica occidental, otro órdago de esos consorcios plutocráticos bendecidos por los grandes organismos financieros multilaterales, decimonónicos y trasnochados para el papel regulador para el que fueron creados.

Precisamente, llama la atención que Naciones Unidas, con su panoplia de agencias, haya durado tanto tiempo secuestrada, desde su creación en 1944, por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, al fin y al cabo sus máximos donantes y árbitros de los designios del planeta.

El gran colonizador universal, hoy por hoy, los Estados Unidos de Norteamérica, acaba de firmar un nuevo tratado de libre comercio con 11 países del Pacífico que, bajo las siglas TPP (Tratado de Asociación Transpacífico), pretende servir de contrapeso al avance de la muy diversificada industria de China y su imparable ascenso como potencia económica mundial. Washington y su ala más republicana cuenta ya con nuevos pajes para una nueva andadura hegemónica: Japón, Australia, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.

Mientras tanto, los conocidos como BRICS, siguen sin perder el tiempo en consolidar un bloque económico y financiero que les libre del yugo tradicional de los apéndices neoliberales del eje Washington-Londres, piramidales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. De hecho, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica inauguraron su propio Banco de Desarrollo el pasado mes de julio en Sanghai, con un capital inicial de 100.000 millones de dólares.

La Unión Europea asiste, por su parte, a todos estos movimientos inmersa en su galimatías existencial y paralizada por el pánico de no saber qué camino seguir para construir la unidad política para la que fue diseñada. No han sabido en Bruselas armonizar intereses y crear de una puñetera vez la unión económica, fiscal y financiera tan necesaria para evolucionar en los mercados internacionales de forma solvente. Y no es pura casualidad que el Tratado de Libre Comercio con EE.UU. se haya quedado en agua de borrajas, disfrazado de conflicto de protección de datos, dada la parsimonia del viejo continente.

Unos y otros, otros y unos, es de suponer que lleguen a la conclusión algún día de que estos compartimentos estancos van en contra justamente de la mundialización y del equilibrio global tan necesario para la sostenibilidad en el tiempo; porque si de una parte empobrecemos más a los pobres, también es verdad que, como contrapartida, nuestras fronteras no podrán parar la marea humana de la hambruna generada por los servidores incondicionales de los encopetados y voraces banqueros.