deja ver

Pedrín

Pedrín pertenecía al paisaje humano de Santa Cruz. Era habitual encontrártelo por la calle. Nada más verte se te acercaba y te pedía una yuya (queriendo decir una rubia, que era como llamaba a las pesetas). Hay un momento en la historia, imagino que debido a la subida del coste de la vida, que comenzó a pedir un yuyo (un duro, es decir, la moneda de cinco pesetas).

Era un personaje diminuto. Bajito, delgadito y con la cabeza pequeñita, como si lo hubieran jibarizado y con un bigote finito. Ese pequeño cuerpo, siempre iba acompañado de unas chaquetas que le quedaban grandes. Una de las actividades que solía desarrollar era sentarse en los bancos del Parque o de la Rambla, donde hubiera una pareja enamorando. De allí no se movía hasta que le dieran una yuya. Era el impuesto revolucionario que él tenía establecido para dejarlos en paz. Con ocasión del rodaje de la película Reflejos del alma, lo contrataron como extra. Esto tuvo algunas consecuencias. Una fue que a partir de ese momento, Pedrín se creyó actor y se encargó unas tarjetas de visita que ponían Pedrín-actor de cine. Cuando se estrenó la película en el cine Víctor, iba todos los días e intentaba entrar gratis, argumentando que él trabajaba en la película y eso le daba derecho a asistir a todas las sesiones. Montaba un follón en la puerta que al final se solucionaba con una yuya de por medio. Una vez iba caminando por la Rambla y tuvo un desvanecimiento. A su alrededor se arremolinó un montón de gente, que como suele ocurrir en estos casos sugerían todo tipo de soluciones. Alguien dijo: “Eso es una fatiga. Denle un vasito de agua”. Desde su desvanecimiento, Pedrín abrió un ojo y dijo: “Lechita. Denme lechita, denme lechita”. Un verano, se proyectaba en el cine al aire libre de la Plaza de Toros una película mexicana. Era un film de corte dramático y en ese momento había una secuencia en la que una hija se presentaba ante su severo padre para comunicarle una importante noticia. El diálogo era más o menos así: “Padre, no más, tengo que hacerle saber una noticia muy importante. Estoy embarazada”. El padre, preso de ira, empezó a ir de un lado a otro de la habitación mesándose los cabellos para al final exclamar: “¡Quién ha sido ese hijo de la gran chingada!” . Un tipo desde el público gritó: “¡Fue Pedrín!” Desde el otro lado de la Plaza se escuchó: “¡Hijo tuta!”. Ya lo he dicho otras veces, este tipo de personajes tan característicos de nuestra tierra merecen un recordatorio y una consideración. Sería bueno que Pedrín fuera recordado con una calle. Pequeñita, eso sí. Una avenida no le pegaría, pero una calle pequeñita, claro que sí. Estaría bien. Deja ver…