el charco hondo

Alfombra

Conmociona que la vida, que sus afectos, planes y complicidades, se evapore en apenas unos segundos de terror a manos de la sinrazón que la sinrazón disfraza. Duele la muerte de aquellos a quienes han robado días por estrenar, quema el dolor de los que dejan. La conmoción, esa pena inabarcable que sacude el ánimo, ahoga a los ciudadanos de a pie. Con matices, en París han sufrido un 11-M francés, de ahí que en España seamos especialmente permeables a lo que están pasando estos días en Francia. Esto a pie de calle. Escaleras arriba, en las mesas de decisión de algunos Gobiernos, a veces se cae en la tentación de usar la conmoción, y aprovechan el espacio-tiempo que se da cuando una sociedad está aún conmocionada para, por ejemplo, declarar -François Hollande- que ha estallado la guerra, abriendo así el escenario que interesa a los terroristas y que, prueba del error, nos llevaría a hablar de bajas, no de víctimas. Conmociona el miedo, pero no debe paralizarnos. Conmociona la barbarie, pero también escuchar al presidente de los EE.UU. hablar de atentado contra la humanidad solo a veces. Conmociona que algunas voces miren hacia los refugiados, porque hacerlo solo puede ser fruto de mala fe o ignorancia. Conmociona, aunque no sorprende, que la UE confirme con su ausencia durante este fin de semana que ni está ni se le espera salvo para negociar créditos. Conmociona que, rendidos a la tentación de la propaganda y las encuestas, envíen aviones a Siria con la ONU de días libres, o la convicción de que lo ocurrido debilitará derechos y libertades en constante retroceso desde las Torres Gemelas, o que se deslice la necesidad de resucitar fronteras. Conmociona que no nos conmocionemos cuando la barbarie destroza vidas fuera de Europa, porque nuestro desentendimiento constituye un fracaso que abona la dialéctica nosotros-ellos. Conmociona que le roben la vida a tanta gente. Conmociona que algunos Gobiernos escondan su hipocresía bajo la alfombra de nuestra conmoción.