deja ver

Julián

Julián, más conocido como Julián el Bizco, debido al típico desvío ocular que popularmente se conoce como “tener un ojo contra el Gobierno”, es otro de los personajes que pertenece al paisaje humano de Santa Cruz. Siempre emperchado, la leyenda urbana, que a veces es ruinita, dice que es que va por ahí pidiendo el fondo de armario que han dejado los difuntos. Siempre que te lo encuentras, va como de boda. Le he conocido múltiples profesiones. Fue ayudante del sacristán de la iglesia de San Francisco. En Semana Santa, el grupo de amigos íbamos a las procesiones que salían de dicho templo y nos peleábamos para hacernos con los velones grandes y desfilar con ellos. La cosa era, cuando pasaba Julián por nuestro lado, sacudir el velón. Y así terminaba la procesión con la espalda llena de esperma. Recuerdo como el silencio procesional se veía roto por la voz de Julián chivándose al sacristán: “¡Padre, padre… mire lo que me están haciendo los pibes estos!”. Ejerció de acomodador en los palcos del Heliodoro. Siempre solícito, se ofrecía a traernos algo de la cantina. Y nosotros le pedíamos cosas diferentes, a cual más complicada. Y él aparecía con las bebidas coincidiendo con el descuento al final del partido. Y también trabajó de noche, en el cabaret. Su puesto era de recogeprendas. Era el encargado de recoger los sostenes que se quitaban las vedettes que hacían strip-tease. Pero el trabajo que más le duró fue el de band-boy de la orquesta Nick and Randy, cuando aún no se había inventado el término para definir al que cargaba los altavoces. Los bailes que amenizaba dicha orquesta eran maratonianos y cuando estaban cansados, ponían a Julián a cantar. Eso provocaba reacciones de todo tipo. En Fuerteventura, en cierta ocasión, alguien desde el público, que por lo visto no estaba muy satisfecho con su actuación, le lanzó una rodaja de pescado encebollado que le estalló en todo el pecho. Aunque él siempre lo negó: decía que había dado en la batería, pero no que no se la hubieran tirado. Sus grandes éxitos eran Linda Belinda, Noelia y La tierra de las 1.000 danzas, en cuya interpretación solía despojarse de la camisa ante los aullidos de la gente. Cuando yo empezaba, en una actuación en Las Caletillas, lo invité a subir al escenario junto a Mario el Ignorante, para que tuvieran un duelo de voces con el público como jurado. Él cantó, lógicamente, La tierra de las 1.000 danzas y El Ignorante, Kalise, que era una versión del Kalinka ruso, con arreglo de marca de helados. Esa noche triunfó. No porque cantara bien, sino porque a Mario le lanzaron un huevo desde el público y a él no le tiraron nada esa noche. Quizás el día más importante de su carrera artística fue una actuación de la Nick and Randy en la Nueva Sala de Tacoronte. Hubo un momento en el que la orquesta decidió que Julián tomase el protagonismo sobre el escenario. Tuvo tal éxito que la gente, enfervorecida, se fue a por él y, portándolo a hombros como a un torero, lo pasearon por todo el local y quisieron sacarlo a la calle. No repararon en que en el techo había un ventilador de grandes aspas. Julián se tiró de cabeza para no morir decapitado como el Bautista. La imagen fue la de una salida a hombros de un par de zapatos con sus respectivos calcetines. Ese día compartió el sabor del triunfo con el del riesgo. Deja ver…