sobre el volcán

Vergüenza ajena

Los insultos son como pecios que se hunden en el mar sin haberlos descontaminados previamente. Son chatarra que botan para gloria de una jauría descerebrada que no salpica con sus ladridos el agua limpia y cristalina de nuestro océano, sino que supura pus de odio y rencor, formando un lodazal inmundo donde ya no queda margen para la comunicación. Un chapapote en el que la palabra agoniza como las gaviotas empapadas de petróleo cada vez que hay un derrame en la costa. Quienes tenemos un trabajo con más o menos proyección pública debemos tener la decencia de estar abiertos a la crítica. Primero, porque cometemos errores como todo hijo de vecino. Y, segundo, porque no estamos en posesión de la verdad absoluta y nuestra perspectiva de los hechos, nuestra forma de contar la realidad, por mucho que intentemos acercarnos a la naturaleza de las cosas, no deja de ser una interpretación al movernos en el terreno de la contingencia. Pero la crítica no debe estar reñida con las buenas maneras (incluso para descalificar hay que tener una cierta elegancia e imaginación si se quiere hacer daño de verdad) y, sobre todo, con el respeto al otro. Los ataques viscerales, que me temo que lo que buscan muchas veces es intentar intimidar al blanco de las acusaciones, solo retratan bien a quienes los pronuncian, no a los aludidos. Al menos yo procuro tomármelos así. Creo que es más sano y evita tener la tentación de bajar al pozo donde al parecer hay especialistas en bucear. Conmigo, al menos, pinchan en hueso, y más en hueso todavía si piensan que con insultos van a silenciarnos. Y hablo en plural porque este mal nos está tocando a quienes ejercemos este oficio, que se encuentran a diario con descalificaciones gratuitas y acusados de formar parte de conspiraciones absurdas. No es victimismo, sino una defensa de la responsabilidad, que como dijo Bernard Shaw, está intrínsecamente unida a la libertad. Hay un axioma que maneja mucho la bioética que advierte de que no todo lo que se puede hacer se debe hacer. Cambiemos el hacer por el decir, en este caso. También es verdad aquello que le escuché una vez al filósofo y exministro Ángel Gabilondo, que cuando oía hablar bien de él pensaba que estaba muerto, cuando lo normal es que te pongan de chupa de dómine, al menos es un síntoma de que estás vivo. Los que creemos que esto de la democracia tiene sentido y que todavía nos queda mucho por profundizar en sus valores debemos defender la libertad de expresión, así nos cueste que nos pongan verdes en las redes sociales. Agradezco que el alcalde de Santa Cruz de La Palma, Sergio Matos, saliera en defensa de la dignidad de los medios de comunicación en el último pleno ante los ataques que había podido leer en redes sociales e, incluso, en defensa de un concejal, ante expresiones por las que siente “vergüenza ajena”. Yo también.