SUPERCONFIDENCIAL

Anécdotas electorales

1. Desde las primeras elecciones democráticas, en la jornada como la de hoy, cuando se celebran elecciones legislativas, los medios, a falta de noticias que ofrecer sobre los propios comicios, se llenan de anécdotas. La viejita que todos los años quiere votar por Franco, que ya ha muerto (la viejita) hace tropecientos años, pero que cada vez que hay que votar, aparece, para hacer la gracia en las radios. Las monjas de clausura que traen los nombres de sus candidatos apuntados en un papel cuadriculado que se empeñan en meter en la urna, en medio de la consternación del presidente. La mesa que se constituye tarde porque no aparece ninguno de los vocales y entonces recolectan a los cuatro pardillos que madrugan para depositar su voto y los hacen estar ahí sentados todo el puto día, en medio de un cabreo monumental porque lo tenían todo previsto para ir a la playa con la familia. El presidente que no deja ir a mear a los miembros de la mesa, que se ponen que revientan. Todo esto y mucho más aparece en cada convocatoria electoral, a lo largo de todo el día.

2. Ahora, las juntas electorales lo tienen todo más o menos previsto. Los cincuenta o sesenta euros que cobra cada miembro de la mesa, que se pagan puntualmente; los minutos para el bocadillo, siempre que no salgan todos en tropel; el guardia que aparta al pesado que quiere pasarse horas al lado de la mesa electoral porque le ha entrado complejo de vocal y no se separa de ella; la abuelita desorientada que ha sido abandonada en el colegio electoral por su nieto, que ha ido a comprar cigarros, y que anda de mesa en mesa con el DNI en la mano, buscando su urna; cosas así que luego aparecen en los medios como grandes acontecimientos. Gente que va a votar vestida de futbolista, enfermos en sillas de ruedas que exigen que le saquen la urna a la puerta, en fin.

3. Hoy es día para hablar de todo esto, mientras la gente ejerce su derecho al voto y perfila el próximo destino del país, que no es moco de pavo. Los candidatos acuden a los micrófonos como corderitos, sin disparar la violencia desatada en días pasados. Hoy todo el mundo es bueno, al grito de: “¡Que viva la democracia!”. Pues que viva, que viva.