El dardo

A reflexionar

Hoy, víspera de las elecciones parlamentarias, toca reflexionar. Al menos esa es la teoría que, por vía legal, se traslada a los ciudadanos, como si el sentido del voto se decidiera por generación espontánea o a cara o cruz y no fuera fruto de lo que uno piensa o cree y de su identificación con unas siglas o unos proyectos concretos. Se trata de una disposición legal retrógrada y ridícula -la prueba es que unos cuantos países ya la han suprimido-, tanto como la prohibición de publicar encuestas desde una semana antes de los comicios. Ninguna reflexión nace por decreto ni ninguna encuesta determina por sí sola el sentido del voto. Además, existen vericuetos jurídicos para saltarse la norma a la torera, según se ha podido constatar en la actual campaña electoral. Basta con que un periódico andorrano y otro portugués sigan publicando esas encuestas sobre la intención de voto en España para que, recogidas luego por la prensa española, sigamos sabiendo día tras día por dónde van las intenciones de los ciudadanos.

Pero volviendo a la jornada de reflexión, lo lógico es que ante cualquier cita electoral el votante medio trate de formarse su propio criterio atendiendo al comportamiento de quienes han desempeñado el poder y de aquellos que ejercieron de oposición, reparando en las luces y sombras de unos y otros y, como balance final, si las acciones positivas son o no mayores y más importantes que las negativas. Frente al voto útil o estratégico, me parece que se deben anteponer las propias convicciones y el sufragio meditado, de la misma manera que en democracia lo normal es que las personas voten por programas y proyectos -teniendo en cuenta su credibilidad y su oportunidad-, más que por los líderes y dirigentes de los partidos, por mucha que sea la admiración que éstos susciten en el elector. Aunque sea muy aparente, un líder sin programa es como un coche sin motor: no camina. Frente a la tentación, demasiado extendida entre nosotros, de pasar olímpicamente de todo y dejar de lado la cita con las urnas, meditemos sobre la importancia del voto y la participación electoral, que es la quintaesencia del sistema. La abstención es legítima, pero carece de valor y en nada contribuye a elegir a quienes los próximos cuatro años van a dirigir los destinos de España.