Calima mental. Sopor, sequedad. Perpetuo verano. En el tiempo de las verdades a medias se deshidratan la tierra y las conciencias. Nada es como conocimos, y sin embargo, todo parece seguir igual. La novedad viene disfrazada de pasado rancio, la evolución hacia lo mismo parece el camino indicado. Una vez mermada la capacidad de revolución, cualquier transformación se convierte en una odisea insalvable. Por eso es más sencillo reproducir patrones, agarrarse a lo que funciona sin temor a equivocarse, revivir una y otra vez el bucle. La innovación, tan en boga en este siglo, tiene su cara oculta en los que vuelven a utilizar la misma fórmula de la gallina de los huevos de oro. El pensamiento es claro: si funciona, ¿para qué cambiarlo?
Ni tan siquiera los avances tecnológicos, tan potentes como increíbles, logran zafarnos de la pobreza intelectual; sí, nos facilitan la vida, pero me pregunto si aportarán algo más que comodidad cotidiana. Además, esto se acentúa cuando se tiene el apoyo de una sociedad desinformada, o con exceso de información, que para el caso se obtiene el mismo resultado. El desconocimiento es un arma poderosísima cuando se quieren perpetuar ideas y conceptos; solo es necesario un lavado de cara, un nuevo envoltorio y renovar el diseño, nadie notará el parecido, ¿quién tiene tiempo para analizar lo que sucede? Son pocas las voces que predican en el desierto, mucho menos los oídos que escuchan. Un panorama de sequía de ideas cargadas de viejos fantasmas, esto es lo que tenemos. Lejos queda aún una transición hacia un nuevo hombre moderno, capaz de dar un paso hacia un crecimiento positivo. Por eso, y aunque parezca un imposible, se hace necesario alentar la reflexión, crear oasis de cultura y educación que descubran nuevas vías, un aire fresco para alcanzar cotas diferentes. Es importante proteger aquellos cerebros privilegiados que nos rodean, dar alas a su creatividad desde temprana edad, no podemos prescindir de nuevos pensadores. Yo no desespero, quizás algo cambie, winter is coming…