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El Tenerife nada y gana en Ponferrada

Un gol de mucha de clase de Nano dio la victoria al CD Tenerife cuando más necesitaba volver a puntuar para acallar voces e insuflarse de confianza. En unas condiciones infames para jugar al fútbol, el representativo hizo su partido más consistente de la temporada y cumplió con el guión de las citas en las que los elementos condicionan al futbolista. Aprovechó la mejor ocasión que tuvo y supo aguantar la embestida final, con la fe como único argumento, de una Ponferradina tan honesta como estéril.
El éxito en el Bierzo da aire, muchísimo, a los blanquiazules, que a una fecha de acabar la primera vuelta alcanzan la mitad de la cincuentena de puntos que asegura la permanencia. Con el doble compromiso en el Heliodoro Rodríguez que le espera ahora, el Tenerife podrá hacerlo con el ánimo recuperado y tras comprobar que el traslado de un intocable como Suso a la suplencia no erosiona el criterio de su entrenador.

El acta del partido no recogerá la justificación de Figueroa Vázquez para decidir que el partido de hoy se jugara, pese a que el aguacero caído sobre Ponferrada desde la víspera y el estado lamentable del césped de El Toralín aconsejaran el aplazamiento a mejor ocasión. Pero, curiosamente, el arrojo del árbitro contagió a un Tenerife al que la pinta del campo convertía en víctima fácil de un rival más acostumbrado al agua y el barro.

Todo lo contrario, las circunstancias permitieron a los blanquiazules ofrecer la mejor muestra de oficio del curso. Devuelto al esquema de un stopper (Alberto) y dos medios de contención por delante (Vitolo y Aitor Sanz), el encuentro transmutó su guión para dar cabida solo a hombres (en lenguaje futbolístico de antes), arrimando al rol de secundarios a quienes entendieran el juego de otra manera.

En esa obligada propuesta de rudeza y renuncia al adorno o al gesto más técnico que práctico, el Tenerife anduvo sobresaliente. Y en honor a la verdad, también el grupo de Manolo Díaz, que una semana más desterró a su goleador Yuri y dejó como referencia a Djordjevic, más acostumbrado a una propuesta atrabancada como la de hoy. En el lado canario, solo Cristo González, pecados de juventud, no entendió que la cosa no iba de conducciones, sino de resolución.

Así que la producción ofensiva del Tenerife roló hacia las caídas a la banda de Omar y la brega de Lozano. Correcto siempre en quitarse el balón de su zaga, a simples empujones tratando de dominar un balón que ora se aceleraba y casi siempre se frenaba en el charco que era el campo, el Tenerife hizo suya la primera parte y tuvo en dos remates seguidos de Carlos Ruiz (en sendos saques de esquina en el minuto 25) sus mejores bazas. En ambas respondió bien un notable Santamaría, igual de certero cuando debió quitarse de encima las prolongaciones del mismo Carlos, o de Aitor, buscando a Omar o a Lozano.

Todo el desempeño del Tenerife fue impecable en la primera mitad. E incluso cuando hubo algún exceso de vista de Carlos Ruiz para no medir un corte que le sacó de sitio y habilitó a Djordjevic, apareció Alberto para hacer la cobertura y anular el peligro. La Ponferradina de este tramo fue un compendio de esfuerzos inútiles en lo ofensivo. Solo dos faltas laterales lanzadas (sin rematador) por Álvaro cruzaron el área sin que la defensa insular atinara a despejar. Los locales regresaron a la caseta sin un magro disparo con el que justificarse.

A la vuelta del descanso, arreció el temporal acuático y el empuje de la Ponfe. El Tenerife mantuvo el sitio, el esquema y las formas y eso le costó 10 minutos hasta volver a pisar el área contraria. Díaz adivinó que solo con un plus de empuje podría desequilibrar el resultado y sacrificó el toque de Álvaro para dar presencia a la potencia de Jebor. Su entrada retrasó a Berrocal y generó nuevos problemas al Tenerife.

Por ahí llegaron las jugadas a balón parado y la única inquietud para Dani, que por dos veces asistió a remates de Casado (min 72) y Berrocal (min 79) y antes vio cómo un tiro lejano de Acorán era rebotado a córner por Aitor Sanz. Para entonces, el Tenerife había ganado la frescura necesaria con las entradas de Suso y Nano. El primero trató sin éxito de incordiar a Casado y el lagunero acabaría siendo definitivo. Ambos, en cualquier caso, permitieron volver a acercar a línea al medio campo para liberar de peligro el área de Dani.

El Tenerife volvió así a presentarse cerca de Santamaría. Primero con un tiro a pierna cambiada de Suso, flojo, pero con sentido, que detuvo el portero navarro y luego con el acto maestro de Nano. Su gol y la jugada que lo provocó fueron tan simples como lo exigía el argumento de una tarde de perros más propia de una carrera de campo a través que de un partido de fútbol profesional.

Todo se redujo a dos toques (un pase y un remate) y dos protagonistas, el uno con visión espacial y el otro con agudeza visual y agilidad gestual a partes iguales. Había intentado antes Aitor colgar un balón largo para la llegada del atacante, aunque siempre el (maldito) charco o la rapidez de Santamaría habían frustrado la idea. Pero en el minuto 83, la idea prosperó. El envío del madrileño cogió al portero clavado bajo palos y a Nano con espacio libre para habilitarse mientras caía el balón (también) llovido. El resto fue un ejercicio de madurez. Un par de metros para orientarse y un tiro cruzado, un chispazo al palo largo. Inapelable.

Con el gol en el bolsillo, el resto era no descomponerse y mojarse un poco más. ¿Consecuencia? Victoria para la autoconfianza y redescubrimiento de las posibilidades de Nano como alternativa para Lozano. El chico vuelve a avisar de su progresión y obligará a su entrenador a tenerle aún más en cuenta. Bendito problema si todos son así.