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Más vivos que muertos

1. Los periodistas, que escribimos muy deprisa, somos bastante aficionados a “matar” a gente que está viva. Si el personaje es notorio caemos en el absurdo, porque hoy en día se consulta la Internet y ya está. Pero ya digo que escribimos muy deprisa. Me ocurrió a mí, el otro día, hablando de María Mahor, actriz española que fue mi novia virtual durante mi juventud. Hablando de una película sobre San Valentín, que protagonizaba, la “maté”, sin consultar la Red. María Mahor (1940) vive tan tranquilamente, eso sí, retirada de los escenarios, en Benidorm. Me lo advirtió un lector y corro hoy a negar su fallecimiento. El Times de Londres, que jamás se retractaba de sus informaciones, “mató” por error a un lord inglés hace muchos años; para no rectificar, al día siguiente publicó la noticia de su nacimiento.

2. Salvador García, que hoy preside la Prensa tinerfeña si no estoy mal informado, “mató” en cierta ocasión a un repartidor de prensa muy popular en el Puerto de la Cruz, llamado Esteban. Pero Esteban, aunque maltrecho por dentro y por fuera, seguía vivo. Esto ocurrió en este mismo periódico, en la década de los setenta probablemente. Salvador tituló su obituario con un sentido Adiós, Esteban. Al día siguiente, el periódico publicó otra nota, en el mismo sitio y con idénticos caracteres, que titulaba Buenos días, Esteban. Era la forma de reparar el error que se nos antojó más oportuna, sin armar demasiado revuelo, ni titular con grandes rectificaciones.

3. En el popularísimo programa El Cuartelillo, que se emitió primero en Mírame TV y luego en El Día TV, José Antonio Pérez, su conductor, “mató” a Paco Poleo, el popular dueño de la vieja Caseta de Madera, que vendría a estar por la zona del auditorio actual, más o menos. Claro, hacía tanto tiempo que a Paco no lo veíamos que José Antonio se lo cargó de un plumazo. Y Paco estaba vivo y coleando. En los tiempos de Maricastaña, en el Puerto de la Cruz, de vez en cuando se “mataba” al gran médico don Celestino Cobiella. La gente, para confirmarlo, llamaba a Lolita, la telefonista del pueblo, que sin turbarse lo más mínimo, decía: “Es mentira, don Celestino está vivo y ahora mismo pasando consulta en la casa de fulanito de tal”. Y acallaba el rumor.