mirada sobre áfrica > Juan Carlos Acosta

No, no es fácil > Juan Carlos Acosta

No es fácil abogar por el continente vecino cuando las corrientes y las ventiscas se agolpan en una suerte de remolino que lo engulle todo. No, no es nada alentador luchar desde un rincón del Atlántico contra los repentinos golpes de timón que dan los patrones de un país que zigzaguea en sus políticas de estado finiquitando la labor de décadas respecto a la acción exterior y de cooperación con África. No es factible tampoco permanecer en pie ante la magnitud ciclópea de unos elementos que nos precipitan a una espiral obsesiva en pos de esas latitudes distantes y distintas de una Europa de nieves, hielos e imperios sobrevenidos a través de una historia que no nos pertenece ni nos ha pertenecido nunca. Es imposible, por mucho que nos empeñemos, mover las masas telúricas oceánicas para desplazarnos más al norte de soslayo e integrarnos en una plataforma continental que no es la nuestra, cuando nos absorbe por inmediatez el influjo y la calidez de la que tenemos al lado, de la que recibimos náufragos, a veces, y las arenas de los desiertos próximos en forma de calima, cuando no los sones y colores que se adivinan muy cercanos en las reverberaciones del mar.

Está muy claro. No hay nada nuevo bajo el sol, el mismo que no se ponía en los mapas de Carlos I de España y V de Alemania. Madrid no entiende nuestro territorio más que de forma paternalista y para celebrar cuando toca el exotismo de nuestro Archipiélago como una pieza más de un puzzle que se pliega a miles de kilómetros de nuestras costas africanas, apartando de un manotazo la senda que nos llevaba a intentar jugar algún papel en la nueva era que se aproxima en las relaciones Sur-Sur de este mundo de ciclos imparables; una oportunidad que de manera alguna ha desaparecido y que, por el contrario, avanza inexorablemente tras vínculos y desarrollos de otras alianzas estratégicas como recambio a los modelos dominantes y monopolios de la centuria pasada, agotados hoy de dar vueltas y vueltas a un círculo vicioso que ya no se cree nadie, y rehenes de un sistema henchido por la especulación de unos recursos naturales que proceden de otras partes del planeta. El nuevo Gobierno de España acaba de dar la puntilla a la legítima aspiración de Canarias de rentabilizar su situación geográfica respecto a nuestro continente más cercano al trazar su política exterior para los próximos años en torno al epicentro de Bruselas, germanófilo, para más señas, eso sí, aliñada con algunos recaditos para los países iberoamericanos y hacia la interesada y omnipresente muralla marroquí contra la inmigración subsahariana y la seguridad de sus fronteras mediterráneas. Resuelve así en pleno siglo XXI la omnímoda castellanía el enroque de crónicas pretéritas y antepone la verdad mesetaria a la realidad de unas islas que se quedan colgadas allende los mares en su contradicción más incómoda, la de no querer asumir su reales coordenadas y, como contrapartida, no poder despejar el sometimiento a su miedo crónico por los demonios africanos de los colorines de Tintín, traducidos en otras regiones más lejanas como la nueva tierra prometida que más interesa a los gigantes económicos y con futuro de nuestro pequeño mundo. Ni me molesto ya en reclamar a nuestras autoridades archipielágicas que reflexionen para trascender con los tiempos que corren y con las fluctuaciones intercontinentales que desembocan insistentemente, y delante de nuestras propias narices, en África.