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Anomia > José Miguel González Hernández

Cuando una persona está en el suelo haciendo varias flexiones ¡está re-flexionando! Si creía que era otra cosa, está usted desenfocado. Evadir la mente de los problemas que tocan de cerca nuestra línea de flotación moral es la solución más rápida, más fácil…, pero también la más cobarde. Al incomprendido se le denomina inestable. El inconformista siempre está en el lado equivocado. El más temido de esta sociedad es el diferente. Se nos intenta convencer de que la política pragmática y la ideología son incompatibles. El actual proceso de cierre y limitación de los recursos tanto públicos como privados, sea de la naturaleza que sea, sólo apoya el deterioro. Nos tiraremos de los pelos a finales de esta crisis y nos preguntaremos cómo hemos podido aprobar las atrocidades económicas asumidas por la sociedad como necesarias, imprescindibles e inevitables. Por el contrario, nos daremos cuenta de que habrán sido intencionadas, además de socialmente injustas. Las ratas de la sociedad corroen los valores utilizando la especulación como seña de identidad propia y como finalidad de negocio. Se hacen leyes “baratas”, para que siempre ganen y pierdan los mismos, aunque en proporciones muy diferentes. Se aceptan las condiciones con sometimiento, sin diálogo. La unilateralidad es la filosofía imperante en que la voz crítica se tilda de irracional, pero se sabe que la crudeza de la contradicción permanece en alma. Aquel que es demasiado cómodo para pensar por sí mismo y ser su propio juez, se somete a las prohibiciones, por momentos, existentes. Le resulta más sencillo. Hay que reconocer que cada uno tiene que responder sin confundir esto con la justificación de cualquier acción. A medida que uno avanza en el camino, los niveles de permiso no conscientes son menores y los costos se vuelven mayores. El grado de compromiso que asumimos en el camino evolutivo debe ser cada vez más intenso. Reconocer dentro de nosotros los aspectos densos y sutiles que conviven de forma permanente en nosotros es la asignatura pendiente. Aquí comienza a jugar el concepto de bien y mal, agudizándose el problema en los valores medios: ¿en qué grado comienza y termina el frío o el calor? Pero ¿hay futuro? Pese a creer que todo está escrito, todo es impredecible porque las civilizaciones pertenecen a una cultura viva y tienen características de organismos vivos. Los ciclos se reproducen para volver a morir. La finalidad debe ser que el escenario resultante sea el elegido por la sociedad, porque ésta no se destruye, sino que se transforma. Entropía lo llaman. El problema surge cuando se gana en refinamiento, pero también en imbecilidad. Lo que parecía intocable, se buscan excusas para tocarlo. Lo que parecía indecente, se justifica hasta hacerlo decente. El paro sigue creciendo, el salario sigue menguando, la gente corre huidiza hacia sus refugios, pero cada uno en una dirección diferente. La anomia es un colapso de gobernabilidad por no poder controlar la situación. El orden natural de las cosas está mutando, aunque no por motu proprio. La realidad y sus gestores esperan dar una vuelta más de espiral, para quedarse en el mismo sitio. El problema radica en la dificultad a la hora de sobrevivir a ello. Pero para cambiar un sistema, antes que la anomia lo devore, hay que hacerlo desde dentro. Esto significa involucrarse en la rueda y no intentar pararla desde fuera. Probablemente se tenga la fuerza necesaria. Sólo hay que creérselo.

José Miguel González Hernández es Director del Gabinete Técnico de CC.OO. de Canarias