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Sardinas, tomates y ahora petróleo > Rafael Muñoz Abad

Poco o nada se descubre bajo la afirmación de que la Unión Europea considere al reino de Marruecos como uno de sus socios preferenciales. La estabilidad política y unas directrices razonablemente laicas para un país islámico, le han convertido en ese funcionario ideal que Bruselas precisa para canalizar sus políticas en el norte de África. Rabat bien sabe que las inversiones comunitarias y la generosa cuota agroalimentaria que tan inteligentemente renegocia con los comisarios europeos, en buena medida dependen de esa inercia pro occidental que desde los días de Hassan II viene esgrimiendo. A nivel local las relaciones presentan terceras derivadas más espinosas; siendo Canarias uno de los actores más afectados por el reparto de los cupos concedidos a Marruecos. El mar de invernaderos que nutre de hortalizas los mercados europeos supone una seria competencia para el tomate canario; de entrada ya condicionado y limitado por las cuotas que España tiene asignadas. ¿Sabían que el propio sector agrícola español invierte en las tomateras de Agadir o Guelmim? Respecto a la pesca con base en el archipiélago que tradicionalmente venía faenando en el caladero canario saharaui, poco que añadir, ya que el menguante arqueo de la flota artesanal no es que navegue por su mejor travesía. Y ahora, con el turismo de fondo como el monocultivo canario por excelencia, aparece el petróleo. Iluso es aquel que piense que el vecino marroquí no va a sacar hasta la última gota de crudo. A día de hoy ya está perforando en sus doce millas jurisdiccionales; y si es rentable hacerlo, no dudará en solicitar a la ONU las concesiones que le permitan extraerlo en el corredor internacional que discurre entre la costa africana y las islas más orientales. Las prospecciones en el Tarfaya offshore block, que es como la compañía australiana Tangier Petroleum denomina al área, se llevan a cabo a apenas cien kilómetros de Fuerteventura. La disposición de los campos petrolíferos respeta la hipotética e incierta mediana que dividiría la zona de interés económico exclusiva entre España y Marruecos. Con la ley por delante y ya se pongan algunos como se pongan, Canarias no tiene competencia alguna en materia de aguas; siendo el Estado el encargado de conceder o no los permisos para llevar a cabo las explotaciones; y teniendo el que suscribe la sensación de que con objeto de repartir el hallazgo, tal vez Madrid y Rabat ya tenían o han pactado una mediana de armisticio ante el filón con el que supuestamente se ha tropezado.

Desconozco las exigencias de las directrices medioambientales en Marruecos; pero las que se esgriman en España, deben de ser las máximas para que la implantación de una industria off shore apenas repercuta en la del turismo. Ante semejante oportunidad y amparado en el enorme déficit energético nacional no podemos permitirnos el lujo de no reducir nuestra dependencia externa; y mucho menos crear otro nudo gordiano que se sume a la calculada periodicidad con la que Marruecos nos invita a “debates” respecto a las licencias de pesca; la cuota de tomates; y ahora, sólo nos faltarían el petróleo.

*Centro de Estudios Africanos de la ULL | cuadernosdeafrica@gmail.com