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Tanto como el viaje fue la cacería > Manuel Iglesias

Esta semana han menudeado las encuestas sobre el Rey y su reconocimiento de haber cometido un error, con la expresión de disculpas de don Juan Carlos por la peripecia africana, elefante incluido, y en todas ellas, en mayor menor grado, se recoge que los españoles han perdonado al monarca, pero no el hecho de haber acudido a matar elefantes en sí.

El gesto ha enfriado las irritaciones generalizadas, porque la contrición llegó acompañada del propósito de enmienda (“no volverá a ocurrir”) y hay un componente de humildad que ha humanizado al Rey ante los ojos de mucha gente. En lugar de sostenerla y no enmendarla en un asunto cuyo comentario, casi siempre negativo, se generalizó en la sociedad, fue mejor darle una salida responsable que no tiene nada de indigna, sino todo lo contrario.

Está claro que una de las causas que aumentó el rechazo a la actuación de don Juan Carlos haya sido que el viaje se realizó con una causa muy discutida por muchos, como es la caza de elefantes. Tal vez se habría aceptado con más o menos aprobación que fuera a descansar unos días a un país africano, como muchos españoles se van de vacaciones, pero el objetivo del viaje ha incrementado el desagrado para un buen número de españoles y también de forma importante fuera de nuestras fronteras, como se puede ver en numerosos medios de comunicación de distintos países. Que a ellos no les importa si el Rey se fue o no de vacaciones, pero sí que lo hiciera para matar elefantes.

Y es que después de difundirse numerosos trabajos sobre el combate a los cazadores furtivos que matan los elefantes y su denuncia ver como luego unos ojeadores los sitúan a pocos metros de los valientes cazadores para que éstos los masacren, es lógico que muchos se indignen y afirmen que no quieren ni aceptan que quien los representa participe en un deporte que consideran cruel y gratuito.

Algunos afirman que estos animales son un peligro en esos países o que hay superpoblación, pero como quienes así hablan resultan que son los mismos privilegiados cazadores que los matan o los que se lucran con el negocio, hay fundamento para las dudas.

Hay un sentimiento popular de que son hechos que no están bien y sucede, además, en el caso de don Juan Carlos, que no es la primera vez que se produce un escándalo. En 1996, el vicejefe del Departamento para la Protección y el Fomento de los Recursos Cinegéticos de la región de Vólogda, Sergei Starostin, denunció en Moscú que el soberano participó de una cacería, donde mataron a un oso domesticado y que habría sido emborrachado al darle vodka con miel en su jaula. “Luego de ello, fue dejado en libertad, y muerto por el Rey”, dijo Starostin.

Estas cosas fijan imágenes en la mente de la gente y todo indica que seguramente el asunto en la opinión pública va a disminuir pero no se va a olvidar.