ENIGMA$ >

Catalina la fantasma

POR RICARDO CAMPO

Nada mejor que una historia romántica para servir de sustento a una casa encantada. ¿Qué les parece el caso de una supuesta señorita a la que su familia desea casar con un sujeto al que ella no quiere ver ni en pintura, y, como la cosa no tiene solución, se quita de en medio? A partir de ese momento se dedica -una parte de ella, su espíritu fantasmal- a vagar por el lugar donde vivía, a asustar a los que allí se presentan y a servir de carnaza, sin pretenderlo, a los que van a investigar disfrazados de cazafantasmas pero sin ir realmente disfrazados; ni siquiera tienen su gracia. Estos parece que se lo creen, que realmente piensan que están realizando una contribución al conocimiento, y no el esperpento habitual de los periodistas del misterio siempre y cuando se sientan amparados por un público que ignora qué es investigar y cómo se presenta el resultado de una investigación.

Así que, según algunos, Catalina es la señorita que se pasea por el Museo de Historia y Antropología de Tenerife, en La Laguna. Pero no se lo crean demasiado: hay las mismas probabilidades de que la tal Catalina ande por allí que de que también estén el fantasma de Elvis Presley o el del faraón Tutankamón; es decir, ninguna. ¿Qué ocurre entonces? Pues que a algunos les dio por empezar a contar esta historia de apariciones, sensaciones, sonidos y demás lugares comunes desde principios de siglo, y como la gente traga con casi cualquier cosa, han empezado a aparecer testimonios, rumores y “pues a mí o a fulanito me pasó”, informaciones irrelevantes pero que se cuelan en el saco de la creencia con la misma facilidad que las corrientes de aire por las rendijas del museo. Así se construyen estas historias: personas predispuestas a creer, a sentir y experimentar lo que realmente no ha ocurrido, a contarlo y a engordar la bola de nieve paranormal. Luego llegan los investigadores, que construyen con estos mimbres un guión televisivo, con lo que en lugar de aclarar el caso lo embrollan, lo engordan con su sola presencia y sus antecedentes. Oscurecen aún más lo que de boquilla pretenden aclarar porque sus métodos y sus artilugios son más propios de un circo barato que de una investigación con un mínimo de sentido. Su producto mediático es para consumo interno, para la propia cultura de los creyentes, no para la de los críticos y la de la discusión científica normal.

El psicólogo Richard Wiseman y colaboradores realizaron una investigación en casas encantadas en 2003 con sujetos bajo condiciones controladas. Llegaron a la conclusión de que la reputación de los lugares encantados juega un papel relevante en la producción de las experiencias; que la presencia de ciertos tipos de campos magnéticos pueden tener influencia en diversas variables psicológicas; que el paso de estancias bien iluminadas a otras que no lo están puede ocasionar ciertas percepciones habituales en situaciones de privación sensorial. En general, diversos factores, muchos de ellos obvios, sugieren que las casas encantadas no son prueba de la existencia de fantasmas, sino de cómo cierta gente responde a situaciones realmente triviales bajo la influencia de la publicidad y la predisposición (An Investigation into Alleged Hauntings. Richard Wiseman et al. British Journal of Psychology, 94, 2003, 195-211).