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El país que se miraba > Andrés Aberasturi

Ha dicho la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que algún error tiene que haber en esto de la cuentas autonómicas porque a ella la cosa no le cuadra; y lo que ha hecho es sumar entradas y salidas, poco más que la famosa “cuenta de la vieja” y, efectivamente, sin meterse en grandes honduras, se ve que tiene que haber algún error en el complicadísimo sistema de la financiación autonómica porque ella, doña Esperanza, dice que la Agencia Tributaria recauda de los madrileños en total (IVA, IRPF, etc.) 66.000 millones de euros; de vuelta, en 2013, se recibirán 11.000 millones del reparto entre comunidades y unos 14.000 millones más para cubrir el gasto en diversas partidas (empleo, transporte, educación…). Si sumas 11 y 14, salen 25.000 millones de entradas frente a los 66.000 millones de “salida”. Y, como era de esperar, se compara con Cataluña y, al parecer, sale perdiendo. En un par de días, o en un par de horas, saldrá Mas y hará otra “cuenta de la vieja” y tratará de convencernos que su comunidad es la más sacrificada y maltratada de todas y encima con la fea costumbre de los gobiernos catalanes de, además de quejarse, dar collejas como de pasada en el cogote de Andalucía o Extremadura y, naturalmente, a Madrid.

Saltan entonces los extremeños y ya ha dicho su presidente que lo de Mas es de “tener mucha jeta” y Andalucía sacará a relucir su enésima e ignorada “deuda histórica” y Valencia hablará del censo y Castilla-La Mancha de los no menos históricos pufos y Canarias de la insularidad y así estamos desde hace no sé cuántos años. Y yo insisto en la cara de perplejidad de los hombres del negro y de gris que nos visitan o nos puedan visitar porque, si ni nosotros nos ponemos de acuerdo ni entendemos todo esto, imagínense lo que debe ser llegar a un país presuntamente serio, preguntar por la sanidad y que te respondan: no aquí hay 17 sistemas sanitarios que van a su aire y que de vez en cuando deciden no hacer ni puñetero caso a lo que dice el Gobierno Central. Y los de negro o gris, algo moscas, piden entrevistarse con el defensor del pueblo -un suponer- y a la cita acuden más de una docena. Como los hombre de negro o gris son gente seria y más o tienen una cultura calvinista quieren pagar sus impuestos y preguntan cuánto sube la factura y se les contesta que depende del kilómetro que pisen del territorio nacional y ya de paso, alguien, en plan confidencial, les sopla que, si alguno se va a poner enfermo, casi mejor que se ponga muy muy enfermo porque todo lo que no sea urgente será atendido con 17 criterios distintos.

Los hombres de negro o gris tienen hijos y preguntan a qué colegio público o concertado les pueden mandar. Imagínense las respuestas: son -¿ya lo intuyen, ¿no?- 17 posibilidades considerablemente distintas en lenguas, historia, pagos y hasta interpretaciones del sistema.

Es que no puede ser. Pero aunque todos en el fondo estamos de acuerdo, salvo los independentistas más radicales y soñadores, no ha habido ni habrá forma de solucionar el auténtico nudo que nos aprieta cada vez más en la garganta, esta corbata que ya se vio que no era la mejor de las posibles con la famosa LOAPA pero que nadie se atreve a desanudarla porque o todos tienen miedo o a todos les interesa conservarla por razones poco claras. Pero ahí está el origen de muchos de nuestros males. Un país no puede vivir eternamente mirándose de reojo, levantando fronteras disimuladas, desequilibrando el esfuerzo de todos en una permanente ofensa comparativa. Claro que no estoy hablando de volver a un centralismo absurdo y devorador sino de abordar con tranquilidad una reflexión de lo que funciona y de lo que no. Porque es que ya no se trata de los hombre de negro o gris o verde; es que somos nosotros.