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Uno de los intereses de la Corona de Castilla al llegar al llamado Nuevo Mundo tal día como mañana, hace 520 años, consistía en cristianizar a toda población indígena que fuera hallada. Cinco siglos y dos decenios más tarde, el interés del Gobierno español es “españolizar a los alumnos catalanes” con el fin de que “se sientan tan orgullosos de ser españoles como catalanes”. Así lo espetó ayer el ministro de Educación y residente en el tercero izquierda del teclado estándar, señor Wert, en una, al parecer, desafortunada intervención en el Congreso de los Diputados. Más tarde, Rajoy, desde París, mostró su deseo de que “todo el mundo se sienta orgulloso de ser catalán y español”. Se quedará en eso, en un deseo.

Ayer mismo se supo que el 74% de los catalanes, según un sondeo, está a favor de un referéndum sobre la independencia.

Alentar una consulta de estas características no revela necesariamente que se abrace el independentismo. Simplemente que se conozca la voz del ciudadano. Al filósofo humanista francés Voltaire se le atribuye el siguiente aserto: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. Que un catalán abogue por la soberanía de Cataluña no debe ser motivo para quebrantar valores conjuntos con quienes no apoyan sus ideas. Que un vasco respalde la creación de una patria vasca no debe ser causa para fracturar la relación con aquellos que no comulgan con esos deseos. Que un canario defienda la independencia del Archipiélago no debe ser fundamento para que se vea despedazada la convivencia con los que no simpatizan con sus proclamas. Los escoceses decidirán dentro de dos años.

Hoy, que se celebra el Día Mundial de la Visión, es un buen momento para revisarse y prevenir la ceguera.