conjeturas > Juan Manuel Bethencourt

Oligopolios – Juan Manuel Bethencourt

Un joven empresario, ingeniero de profesión, medianamente próspero, se sienta delante de uno para exponer algunos rasgos de su actual tesitura. Lo cierto es que, aun en tiempos de crisis sistémica, las cosas tampoco le marchan demasiado mal, pues se trata de uno de esos emprendedores capaces de adaptarse, a los tiempos y a los retos. Ha desplegado las redes de su actividad e incluso relata, ilusionado, los primeros pasos de una incipiente y sin embargo prometedora iniciativa en Latinoamérica.

Mirando al futuro inmediato, hay algo que le preocupa, y no es la ausencia de demanda ni la evolución del modelo de negocio: “No sé cómo vamos a afrontar la interlocución con unos bancos que, de aquí a poco tiempo, en España quedarán reducidos a tres grandes entidades como mucho. Eso no ayuda a empresas del perfil de la mía”.

Me viene a la mente la fuerza paradigmática de este ejemplo, en un país que necesita impulso, y no lastre, para las buenas ideas. Y en este caso hablar de impulso es hablar de crédito para las iniciativas viables, emprendidas por profesionales cualificados que ya saben que no van a trabajar para la Administración, y que tampoco encontrarán acomodo en alguna de las extintas cajas de ahorros.

Sin embargo, al mismo tiempo que se acusa a las grandes corporaciones de la crisis financiera -porque al ser tan grandes tienen que ser rescatadas por el contribuyente-, se consolida e incluso incentiva un paisaje de colosos financieros ya absolutamente imposibles de rescatar si vienen mal dadas. O sea, que el presunto causante del mal afianza su posición en el sistema económico e institucional del país.

España tiene un problema serio, ser una nación plural que habiendo podido presumir de una clase media industriosa y emprendedora ha renunciado a su condición esencial para caer secuestrada por una aristocracia de grandes corporaciones, sean éstas bancos o antiguos monopolios privatizados a la medida de algún amigo íntimo del poder establecido en cada momento.

Esto supone una automutilación de las propias potencialidades, y un obstáculo muy relevante para la salida de la crisis, lo diga o no Jordi Évole con sus programas cámara en mano al estilo de Michael Moore. El humorista catalán hace trampa, tiene la conclusión tomada de antemano, pero no deja de faltarle razón: cierta élite económica hace las normas a su antojo en detrimento de los auténticos emprendedores, aquellos que verdaderamente pueden cambiar el paisaje de una crisis lacerante.