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Año nuevo – Por Jorge Bethencourt

Cerramos el año con las espadas en alto. Los vientos de la crisis han barrido del escenario de España el cartón piedra. Llevamos cinco años desandando amargamente el camino de una prosperidad sustentada sobre bases falsas. Pero no solo hemos descubierto ser más pobres de lo previsto, sino que hemos aterrizado en la vieja novedad de que en este país aún quedaban por coser muchos rotos que habíamos dado por zurcidos. Ante el naufragio económico, la burocracia reinante decidió, antes que nada, salvarse a sí misma. Enarbolando la bandera del estado del bienestar, el gigantesco ejército de los que subsisten en el ecosistema público se han atrincherado en la defensa numantina de la conservación de sus sueldos y privilegios, resistiéndose de forma tenaz a cualquier tipo de reforma. Por eso lo prioritario ha sido salvar las haciendas públicas, a costa de expoliar las economías familiares. Por eso hemos ido a una devaluación fiscal, para hacer más competitivos los sectores productivos, a costa de hacer más pobres a los trabajadores. El primer dato que se observa en el mapa de las administraciones públicas españolas es que las inversiones han descendido diez veces más -en las que menos- que el gasto corriente.

Al mismo tiempo, los gobiernos se han lanzado a una vertiginosa carrera de subida de impuestos y tasas que ha encarecido la vida, ha empobrecido la economía privada y ha congelado el consumo. Cuando en el presente sólo se encuentra tristeza, la melancolía nos lleva a añorar el pasado. Como en tantos otros momentos de nuestra historia, ante el discurso del pesimismo surge la apelación a los logros que fuimos capaces de conseguir. La añoranza del imperio. La de la transición. Pero esto no va de lo que hicieron otros, sino de lo que nos toca hacer a nosotros. El nuevo año nos adentra en el fin de todas las imposturas. Con un pueblo exprimido como un limón, a los que gobiernan se les van acabando las opciones. Tendrán que asumir -a la fuerza ahorcan- una profunda reforma de los costos y la eficiencia de las burocracias. Un frente tormentoso, con cuatro millones de trabajadores públicos poco dispuestos a experimentos, que se unirá a la tormenta perfecta de una deuda pública asfixiante y la amenaza de segregación de territorios con ambiciones de soberanía, como Cataluña. Descubrir brotes verdes en ese horizonte sólo está al alcance de los telescopios que observan el espacio profundo. Mirar el futuro próximo, para el resto de los humanos, produce inquietud. Una inquietud que, personalmente, se transforma en miedo cuando percibes que los llamados a afrontar esos cambios trascendentales conforman una parranda de instrumentos desafinados. Dicen que los pueblos tienen los políticos que se merecen. ¡Qué habremos hecho nosotros!

@JLBethencourt