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Clandestinos – Por José David Santos

El miércoles por la noche asistí a un acto clandestino. Fue un encuentro en la intimidad porque el poder de convocatoria de un hecho tan peligroso para nuestro acontecer diario tampoco debía sobrepasar ciertos límites (Tenerife ya no está preparado para ello). En la reunión, a media voz, se lanzaron proclamas algo incendiarias y se desató alguna pequeña polémica; hasta hubo comportamiento cívico y el silencio se hizo cuando comenzó la primera intervención, algo, sin duda, extraño en nuestra España gritona. La clandestinidad del evento no vino por la nocturnidad o ilegalidad de la convocatoria; es más, el llamado fue ampliamente publicitado por sus protagonistas. Sin embargo, los allí presentes ejercían cual clandestinos porque, ahí es donde reviste la gravedad y lo subversivo de la cosa, se presentaba un libro de poesía. Y eso, en estos tiempos, tiene por seguidores a auténticos parias sociales. Mientras en televisión el enésimo programa que va a descubrir al próximo Julio Iglesias o Joselito congregaba ante la pantalla a millones de personas, unos cuantos marginales se aprestaban a conocer e interpretar una conjunción de versos con el único objetivo de conocer e interpretar una conjunción de versos. Sin duda, mejor que aquello no trascendiera más. Un día antes, en el mismo espacio y con el mismo fin, se produjo otro acto clandestino, pero, rozando la excelencia de los marginados, no acudió nadie.

La cultura se ha pervertido, se transformó en un producto de consumo obligatorio, se regaló, se lanzó la idea de que era otra variedad, una más y no distinta, de enseñanza, de entretenimiento. Y no, el hecho cultural es más importante para la sociedad y su interpretación, afirmación o negación, para hacernos más y mejor pensantes personas. Por eso, es tan peligrosa; por eso, ahora, acabados los fastos del pasado, se convocan actos clandestinos a los que van unos pocos… o nadie.

@DavidSantos74 | El blog del director