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Pausa – Por José David Santos

Ni de política, ni de fútbol, ni de religión y, apurando, ni de la familia en sí. Así, es como se hurta al arte de la conversación sus asuntos más jugosos en los encuentros navideños con amigos y familiares. Pero también es verdad que de esa manera las fiestas pueden acabar mejor que peor. Ojalá pudiéramos obviar con tanta sencillez de la actualidad algunos de esos asuntos. Entre el discurso del rey que todos interpretan -ni los mayas oye- el estilo Bernarda Alba de Artur Mas en su coronación, el largo debate sobre la suplencia de Casillas en el último partido del Real Madrid o el apasionante trabajo de Benedicto XVI en Twitter, al final la Navidad ha dejado de ser ese periodo de tiempo en que todo daba paso a los petardos, el turrón, la misa del Gallo y la guerra en Jerusalén o Belén (esto último es de mi cosecha, pero recuerdo que en las nochebuenas de mi infancia siempre aparecía una noticia bélica en Tierra Santa en el aparato de televisión en blanco y negro de mi abuela). Ahora, nada se detiene, y el mundo, antes parece que no ocurría así, sigue girando con sus incongruencias y desatinos. El otro día me llamaban cínico por no pararme llegada la Navidad y, por arte de la purpurina del árbol decorado con bolas de colores, agasajar de buenos deseos a todo quisque. Quizá no le faltara razón al susodicho, pero también es verdad que él mismo anda el resto del año con el puñal en la boca rajando de Mourinho, del papa, Rajoy, Paulino Rivero, Bardem o todo aquel que considera criticable-rajabale. Por eso, desconfío de los que solo durante las 48 horas de los villancicos creen en la paz y la felicidad. Me fío más de los que no hablan de política, fútbol o religión solo durante la cena, después… es lo que toca.

@DavidSantos74