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Un lector con muy mala leche – Por Andrés Chaves

1. Un lector con muy mala leche me escribe para decirme que me repito. Que se nota mi carruchez porque estoy contando anécdotas que ya había publicado; y que entonces parece como si se me hubiera acabado el repertorio. Joder, esto es muy grave y tendré que variar la tendencia de la sección o retirarme para siempre. No se pueden mantener lectores durante tanto tiempo -los míos son longevos- porque te dejan en ridículo. Yo en ocasiones repito las historias porque, cuando las escribo, generalmente me hacen gracia. Uno de los lectores más puñeteros en ese sentido es mi amigo Juan Manuel García Ramos, que se fija en todo y tiene una memoria prodigiosa. La expresión esa de viejo carrucho se la he oído a él. Últimamente escribo desde sitios muy raros, por ejemplo, desde los hospitales. Y mis artículos a lo mejor huelen a hospital, a bata de médico, a líquido de revelado de radiografía. Pero no me queda otro remedio, por razones familiares.

2. A mí me siguen saliendo muchos artículos diarios. Un personaje de Vargas Llosa, ahora enamorado, Raúl Salmón, escribía con tantos seudónimos que al final se olvidó de quién era él realmente. Los seudónimos son absurdos, porque siempre te traiciona el estilo; el estilo es el hombre, ya saben. Es curioso lo de Vargas: se ha enamorado de la Preysler, que ha atrapado a varios: a Julio Iglesias, a un marqués, a Boyer y ahora a Vargas, desmayado ante la bella que los desmaya. Ay.

3. Contar las vidas de uno o de los demás es fabular. Creo que García Márquez dijo que las cosas no son como ocurrieron, sino cómo las contaron. Y es verdad, el historiador, y mucho más el novelista, ponen un énfasis fantástico a las historias que cuentan, que tienen un poso de verdad pero que nunca son verdad del todo. Como el idilio de Vargas con la dama filipina que tiene el secreto de la eterna juventud. Será que Porcelanosa ha esculpido su cara de porcelana. A mí me ha sorprendido que el ¡Hola!, que es la Biblia social, haya dado tan pronto el romance. A lo mejor tenían miedo de que se les pasara el arroz.

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