Después del paréntesis

Grecia – Por Domingo Luis Hernández

Si alguien gana el Nóbel, pongamos Mario Vargas Llosa, Severo Ochoa o Ramón y Cajal, es porque se lo merece, no porque le ofreciera flores a María y lo divino siempre funciona así o porque, como comentó cierta vez Buñuel, los yanquis siempre cumplen con su palabra y le dieron un Óscar. Entonces, si Paul Krugman o Joseph Stiglitz (del Banco Mundial) ganaron el Nóbel de Economía es porque son economistas eminentes. Y si Krugman o Stiglitz comentan que ellos votarían “no” en el referéndum griego previsto para hoy, 5 de julio, es porque no son partidarios de la propuesta europea que atenaza el desarrollo del Sur y porque su conciencia los convence. Grecia se ha convertido en el extremo de la confrontación con sus consecuencias. Se disculpó el pasado lunes el Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker: si Grecia vota “sí” dice “sí” a Europa, si vota “no” es porque a los ciudadanos de ese país Europa no los convence. Se dirá que en esas andamos: Europa sí o Europa no. Pero es muy simple la sentencia si así se mira, incluso maquiavélica, y ya el maquiavelismo ha agotado su función. Porque la pregunta a la que habremos de responder es esta: ¿no asume Grecia su condición europea? Y la respuesta es inevitable: cómo no va a asumir Grecia su condición europea si Grecia es la cuna de Europa, desde el singular Homero, el aristócrata Aristóteles o el demócrata Platón. ¿Eso lo sabe la señora Merkel o el alemán se le atraganta? Lo que está en juego, pues, es otra cosa. Lo que no asume Grecia es la condición de “esta” Europa, no de Europa. De donde, lo que resuelve el dilema es el diseño que de Europa ha hecho la derecha europea, esto es, lo que se da de narices contra la resistencia ciudadana desde Berlín a Lisboa. Porque gracias a los ardites de la entrañable doña Margaret Hilda [Roberts] Thatcher el modelo de estado mixto que resistió pasó a modelo unilateral y ultraliberal. Y tal molde es el que se aplica. Para que se entienda: España contó con empresas de preeminencia como Iberia, Telefónica o Repsol y ahora están en manos de los soberbios financieros ad hoc. La construcción del estado en cuestión ha de basarse en los impuestos o en la carga sobre los trabajadores. De manera que el ardite de la incólume doña Angela Merkel es ajustes y más ajustes, que hacen a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. Al sistema financiero prendas, al resto desahucios, bajadas de las pensiones o de salarios para la llamada “competitividad”. Porque las tasas se comprueban: ni yo ni usted somos dueños de la crisis, pero la pagamos. De donde lo que repudia Grecia es que se le aplique la vara de medir que los poderosos del continente priman y argumentan. El resultado es un país en estado de catalepsia y la carga de los que no tienen nada. Luego, hay posibilidades financieras para salvar a Grecia, no voluntad política. Porque Syriza es de izquierdas y el ministro de economía griego un petulante, explicó un alto funcionario de la Comisión. Tal cosa es lo que reduce el porvenir a cenizas. Si Grecia dice no a Europa, esa es la Europa que queda: nada. No es un dilema por resolver, es una Europa atrapada. Krugman fue explícito, en dos vectores: uno, la Troika (sin sustento democrático) sabía que sus condiciones eran inaceptables; dos, lo que la Troika propone es sustituir a un gobierno elegido por los griegos para perpetuar el estatus de conveniencia. Stiglitz también lo es: Grecia podrá resolver en soledad los problemas por sí misma.
Eso es lo que se decidiría hoy, si el referéndum dicho llega a buen puerto: la autonomía democrática y política o el intervencionismo.

¿Qué votamos?