tribuna

El manotazo helado de fuego – Por Javier Rodríguez

Llenas de ternura recibimos las cariñosas pataditas de esos pequeños Napoleones que recorren de tiempo en tiempo las calles de Santa Cruz de La Palma. Sus piececitos, sus bailecitos, su pequeñez, sus zapatitos con borlas, su magia. Algo misterioso tienen, el embudo por el que entran para salir pequeños, con su ingenua dignidad, con su pundonor y candor centenarios. Ese nudo en la garganta que precede a las lágrimas y que, aunque esté lejos, no pude evitar padecer cuando esta mañana alguien me envió un fragmento de su función en las calles. Las calles de una ciudad que despertaba henchida de satisfacción, de seducción por la complicidad que se aviva entre los creadores y observadores de las grandes obras de la Humanidad. En esas mismas calles. Pequeñas, angostas. Asfixiante, inverosímil. De la oda a lo más tierno a la barbarie. Otra vez una mujer. De las cariñosas pataditas de los ingenuos Enanos al manotazo helado de la Hidra policéfala de Lerna. ¿Hasta cuándo, los hombres? ¿Los inagotables hombres?
No. No somos siempre todos los hombres pero ellas siempre son mujeres. Siempre. Tú lo dijiste, Alfonsina Storni, te digo que son los hombres, los cobardes, las hienas, los cómplices del silencio, los que quebrantan el hueso y quiebran el alma, los que nos quieren albas, níveas, castas. No cabe tanto dolor en un pueblo, ninguna mancha podría ser más negra, ningún sentimiento más contradictorio, ninguna raza más despreciable, ninguna llama más abrasadora. Abrazo, abraso.